jueves, 21 de febrero de 2013

REMATE FINAL

Llevo unos días despistada perdida. No en plan infanta, de aquí pongo una firmita y me crece un palacete. Doy más el look Ana Mato sin broncear, es decir, no veo ni torta porque vivo en un universo paralelo. Ni encuentro el jaguar, ni el móvil, ni los zapatos pino, ni la falda negra. Por no hablar del confeti festivalero, voy tan a tontas y a locas, que si lo tuviera, fijo que lo confundo con las lentejas que se me cayeron la otra mañana.
Para intentar acabar con tanto desbarajuste, me he hecho una lista, rollo Bárcenas pero sin pasta, donde “HE DE IR A LA ÓPTICA CON URGENCIA” ocupa el primer puesto, pero no la encuentro, conclusión: en estos momentos soy una rompetechos sin rumbo.
No ver tres en un burro, tiene múltiples ventajas. No aprecias la raya del tinte, pasas de dar conversación a la pesada del noveno, destierras de tu vida los caretos del tándem Rajoy- Rubalcaba y la gente considera que te has vuelto daltónica repentina, ante la descoordinación de vestuario. Ahora eso sí, ya lo decía Marilyn Monroe: “los miopes tenemos un brillo maravilloso en la mirada”. Así que, a ojos bonitos, últimamente, no me gana ni Dios.
En este estado de ceguera transitoria, se me ocurrió irme de rebajas la otra tarde. Los precios de Febrero son los mejores y aunque no necesitaba nada específico, a mí un chollo, me gusta más que arrancarle el smoking a Daniel Craig.
En la primera tienda ya percibí que estaba de suerte, porque las rebajas son como el bingo. Hay días que por mucho que busques no das una, sin embargo otros, solo llegan a tus manos cosas de tu estilo, talla y escaso poder adquisitivo. Cuando estás bendecida hay que aprovechar.
Acumulé faldas, camisas, pantalones, trajes de noche sin espalda, gorros de lana y hasta una estola de visón sintética (por confusión ocular, que yo lo de las pieles no lo llevo nada bien).
Subidón total. Todas y cada una de las prendas, por arte de magia, me sentaban como un guante. Era cosa de respirar hondo, centrarme y elegir. Sin embargo, por un instante, me crecí tanto, que estuve en un tris de llamar a la dependienta y rogarle, cual pretty woman cuarentona, que me hiciera la pelota rastreramente. Gracias a Dios me contuve.
Aun borracha de éxito (que bien me hubieran venido unas cañitas) me senté, respiré y devolví al perchero, no sin profundo dolor, las doce prendas imposibles que no pasaban a la siguiente ronda.
Abreviando, me fui a casa con tres suéteres escotados a 5,99 €, unas botas pre sky por 10 €, un pantalón de motera a 9,99 € y una falda lucidora para eventos por 15,95 €. Siempre versátil y mirando el euro, como le gusta a mi madre.
En casa, ya con una caña real en la mano y el ojo crítico de mi marido, el sueño se esfumó.
Reconvertida en cenicienta, al final solo salvé de la quema, las botas pre sky.
Aunque, eso sí, por lo menos he conseguido localizar la Barcena´s list dentro de la caja de las galletas y me he pillado cita en la óptica, esto no puede continuar así.


martes, 19 de febrero de 2013

NO HAY CICATRIZ QUE NO PUEDA SUAVIZARSE

Hasta hace tres años, yo daba la lata a los amigos con mis ocurrencias cotidianas. Cada viernes les mandaba un cuento por mail, unos días tocaba reír, otros enfadarse, a veces emocionarse. Un poco como era yo entonces, divertida a ratos, combativa a otros, sensible casi siempre.
Un amigo me habló de que debía compartir esas reflexiones abriendo un blog y pensé que podía estar bien publicar mis historias. Al fin y al cabo, desnudarte ante desconocidos, como que da menos vergüenza. Me ayudó a crearlo, porque entonces era un poco cateta virtual y poco a poco le fui cogiendo gusto. Para mí, escribir es como machacarme en el gimnasio, lamentablemente no me quita kilos, pero relaja, me abre la mente y consigue casi siempre ponerme de buen humor.
Poco a poco conocisteis mis periplos hospitalarios, la lucha con la báscula, mis miedos, lo mal que se me dan las tiendas pijas, o esa sensación de mujer trabajadora mezclada con culpas de madre imperfecta. Supongo que a quien me lee desde entonces, le gustará ese reírse de una misma sin pudor o mi capacidad de observación, para darle la vuelta a cosas intrascendentes, en las que casi nadie pondría el ojo.
Al blog lo bautizamos con el nombre de un pequeño cuadrito, que comparto con mi mejor amiga. Mantén el equilibrio princesa. Ha sido un verdadero sparring durante estos años, me ha ayudado a desdibujar una enorme cicatriz y a no zozobrar cuando vienen mal dadas, incluso puede que todavía, le quede camino por recorrer.
Ya lo decía mi padre: “nena, escribir es muy bueno, te aclara la cabeza”.
Así que, aquí sigo tres años después, intentando aplicarme el cuento del equilibrio. Eso sí, en medio de un país en ruinas, donde crecen micrófonos en los floreros–me vais a perdonar que le haga un homenaje a la mítica “Súper agente 86” de la que era devota seguidora -, donde abundan los yernos mangantes, mezclados con las queridas oficiosas, operadas hasta la raíz del pelo. O donde hay sobres que vuelan de aquí para allá, mientras políticos dignos de patio de colegio juegan al y tú más y yo la tengo más larga.
Si no fuera tan tremendo, resultaría de lo más entretenido.
Sigo aquí, con mi familia, las clases de yoga, los devaneos por Zara o por el mercadillo de los martes, mis cuentos, las cañas, los amigos… observando atónita como la gente se quema a lo bonzo en el banco de la esquina.

Sobreviviendo como todos, asustada como todos, colgada como todos.


viernes, 8 de febrero de 2013

GRAN ANGULAR

Me encantaría ser buena fotógrafa. Pero transmitir emociones con la imagen, como que no es lo mío. Sin embargo descubro escenas allá donde voy y enseguida las guardo en mi cajón de sastre. Como conchas de la playa. Quizá aprovechen para esa novela que nunca termino o en alguna de las historias que os cuento aquí. Imágenes que me encuentro en la calle, en el bus, o en la puerta del colegio. A veces un beso, un apretón de manos, sonrisas o cuatro palabras. Cosas que quizá no significan nada para nadie. Pero que consiguen que a mí, de repente, la atención se me enfoque como una lente y ¡zas!, ahí detrás, escondida, está la historia.

La otra tarde me encontré sentada en el sofá del portal, a doña Concha. Una anciana burguesa del edificio donde trabajo, siempre elegante y guapa, pese a haber dejado atrás los ochenta. La saludé contenta, porque me gusta verla, mantener la dignidad y la alegría a esas alturas, tiene mucho mérito y ella lo consigue sin aparente esfuerzo. Halagué su bonito abrigo y el peinado de peluquería. Ella sonrió y me dijo bajito “estoy esperando a mi hijo, nos vamos a cenar los dos solos”. Y cuando acabó la frase, asomó su cara de los veinte años, la sonrisa pícara con hoyitos, los ojos maquillados le brillaban azules, la ilusión borró cualquier rastro de vejez, de repente. Fue asombroso.

O esa amiga virtual de la que os hablaba el otro día, que está a punto de conocer a su hija en China. Sabe el lugar exacto donde fue abandonada cuando nació y está dispuesta a ir a esa calle y dejar escrito en la piedra de cualquier edificio “ella es feliz, tiene amor y cuidados”. Quizá si su madre pasa por allí alguna vez, encuentre el mensaje, pase el dedo por encima de los signos y se lo lleve consigo.
O cuando en oncología, me quedé sobrecogida ante una chica embarazada que recibía su dosis de quimio. Llevaba un gorrito de lana rojo con una borla, tenía los ojos cerrados y con la mano libre se acariciaba la barriga despacito. Sentí un escalofrío, me faltó el aliento y me quedé allí plantada mirándola un buen rato. Miedo y esperanza. Fue un fogonazo, como los de las cámaras antiguas.

Igual que descubro escenas duras, también me tropiezo con algunas deliciosas. Ayer al recoger a mi hijo, reparé en dos compañeros suyos. Dos críos muy distintos, uno terremoto y otro introvertido, uno rubio y otro moreno. Con casi diez años ya van y vienen solos a casa. Pero por lo visto nunca habían caminado juntos. Cuando pasaron a mi lado, se dieron cuenta de que llevaban la misma dirección. Uno le dijo al otro “¿quieres que desde ahora vayamos juntos?”, el más serio le miró y dijo “vale, vamos”. Los dos distintos pero igual de altos, me dieron la espalda, con sus mochilas al hombro, ajustaron el paso, sin hablar pero en compañía por primera vez. Y yo me los quedé mirando hasta que los perdí de vista, atrapada.

Lo sé, definitivamente, soy una cuentista. Debería haberme dedicado al teatro.

viernes, 1 de febrero de 2013

QUIERO UN TECNÓCRATA YA


De mediana edad a ser posible, no sea que salga cazador o campechano y vayamos de Guatemala a Guatepeor. Yo por elegir le pondría pelo cano y gafas, barba no, que me trae malos recuerdos. Buena facha y huesos fuertes, si no luego nos dejamos un congo en muletas con luces de freno.
Mi tecnócrata debe ir bien vestido, pero nada de sastrería a medida tipo Camps. Gama alta del Corte Inglés y arreando.
Su curriculum intachable por favor, estudios superiores, másteres en Harvard o Columbia y tres idiomas mínimo, pero bien hablaos, no rollito Amy Martin “de yo hablo alemán fluido hasta que me pilla el director del Instituto Goethe y no paso del guten morgen”.
Experiencia en banca internacional, suiza por más señas, que esos si que saben cortar el bacalao. Me valen también bancos quebrados de Estados Unidos, aunque en realidad el sitio es lo de menos, me da que todos son casi clavaditos. Eso sí, mi tecnócrata no puede tener cuadernos de caja dignos de una mercería de los años cincuenta. Lo quiero todo informatizado. Le ponemos wifis, ipads, ipods, imacs, Windows y lo que sea menester. Libretas de caja ni una ni media y tan feas y cutres, menos. Una de poli piel para tomar notas si acaso, pero mona, ya se la miro yo.
La familia y los hobbys son esenciales, de caza mayor, nada de nada que sabemos como acaba. Bailes de salón y petanca, los cincuentones ya no están para muchas alegrías.Yernos ni uno ni medio, luego se vienen arriba y parecemos un capitulo de “Los Soprano”. Casado sin hijos mejor, así nos quitamos líos. Que si “colócame al nene allende los mares que me ha salido chorizo, que si en Bankia al secretario de las niñas”, un no parar de compromisos.
Su señora, profesional, estilosa, de las que comprando en oportunidades quedan niqueladas. Oye son tiempos difíciles. Las hay que con dos trapitos están monísimas, pues de esas. Y de cirugías rien de rien, cremas ponds como mi madre y si no resulta, una mascarilla de pepino, te quita las bolsas que es un primor.
La sanidad privada no se contempla. A la seguridad social como todo hijo de vecino, esperemos que nos salga sanote, más que nada por no verlo compartiendo pasillo en urgencias con doscientas personas, la imagen internacional se resentiría y últimamente no estamos para echar cohetes.
Coche oficial no va a tener. Transporte público y a mezclarse con el pueblo llano. Lo bonito que es el metro a las ocho de la mañana. Eso no tiene precio. Esa cercanía, ese bullicio, ese olor a humanidad, esas caras de alegría...¿Qué es eso de tener un parque móvil de 89 coches oficiales, donde se ha visto? Una bici en buen estado y a correr mundo.
Los viajes en turista, nada de personalidades, ni salas vip. Francachelas las justas. Y los restaurantes de menú. Dieta mediterránea, oye unas lentejitas, un emperador plancha. De alcohol nada, bueno un par de cubatas para olvidar, pero ojo, que luego engordas y te sube el colesterol y al final todo son gaitas.
Banda ancha va a tener, pero cuidadin con los correos que luego todo se sabe. Eso de internet lo carga el diablo, así que siempre con moderación. Y sin firmas calenturientas por Dios, si se deja anónimo tampoco pasa nada. Sobres de momento no vamos a encargar, que la cosa está muy caliente todavía, carpetillas sin membrete y gracias.
La vivienda se la incluimos. Pero de palacios y palacetes no hablamos. Que te dejas una dineral en reformas y que si pagos en a y en b y en c. Un piso coqueto de 90 metros y ya. Decoradito mono, con sus detalles de Ikea y sus estanterías Burdrum y Solbrum. Todo montado eso sí, que no quiero que me pierda tiempo en bricolaje del hogar.
Asesores los justos. Una secretaria de toda la vida, una Purita, Pepita o Mari Luz. Que entienda de contabilidad y bancos. Aseadita y lucidora, por si alguna noche viene Doña Ángela desde Berlín y hay que sacarla a algún tablao.
Exigimos eso si, dedicación exclusiva, está incluida la visita semanal al modulo de aislamiento de Carabanchel. Lógicamente necesitará mucha información de todos los gestores anteriores.
El contrato indefinido y sin periodo de prueba, echando la casa por la ventana. Si no nos gusta, pues 20 días y otro, das una patada y te salen tecnócratas hasta de debajo de las piedras. Es lo que tienen las crisis que hay mucho paro y puedes elegir.

Ale, yo creo que ya está todo.

Lo cuelgo en internet y en nada empiezo con la selección.