sábado, 19 de octubre de 2013

Súper

En casa hemos pasado lo que se dice un verano de mierda. Con perdidas difíciles de asumir, que sobrellevamos como podemos y a ratos. Las malas rachas es lo que tienen, a veces llegan y se instalan para una larga temporada.
Me propuse hacer todo lo posible para que el otoño renovara las energías. Así que hasta hace unos días, estudiaba tutoriales de feng shui, a marchas forzadas. Que si espejos en la entrada para absorber positividad, peces y corrientes de agua fluyendo (esto último sale carísimo porque dejar el grifo abierto, tú me dirás), que si los muebles mirando al sur, para esto me fue completamente necesario, el kit excursionista de mi hijo con brújula profesional, porque yo para los puntos cardinales soy un completo desastre.
Una vez acepté que las filosofías orientales no son lo mío, me centré en comprar ambientadores naturales y ventilar mucho la casa, pero teniendo tres obras al unísono rodeándola, acabó pareciéndome una idea francamente mejorable. Estaba muerta de tanto quitar el polvo, la lavanda del ambientador me daba dolor de cabeza y fluir aquello, tampoco fluía mucho, la verdad. Cerré balcones, le di el incienso a la vecina hippie del segundo y seguí dándole vueltas a la dichosa renovación otoñal.
El paso siguiente fue redecorar, sin dinero, obviamente. De pintar no hablemos que tengo la espalda hecha un asco, compré letras de madera, escribí textos en la pared, cambié de sitio los cuadros. Recogí algún trasto de un contenedor de barrio postinero, donde se encuentran maravillas y rogué con todas mis fuerzas, a las energías de Fabiana (mi suegra) y Marisa, que me echaran una mano.
Dicho y hecho.
El sábado pasado encontramos un gatito medio muerto bajo el guardabarros de un coche. Me he pasado la semana dándole de comer y de beber con jeringuillas. Estimulándole el ano (nunca te acostarás sin saber una cosa más), aplaudiéndole cuando consigue hacer caca, celebrando que la tape como un gato educado de buena familia y escuchando las carcajadas de mi hijo al correr por el pasillo.
Pero sobre todo, viendo la media sonrisa perdida de mi marido, al descubrir que una diminuta bola de pelo (todavía ignoramos si macho o hembra), ha dormido de un tirón dentro de una de sus zapatillas.
Que ganas tenía de volver a verla. Porque a veces cuando la sonrisa se pierde, no es sencilla de recuperar, os lo dice una completa experta.
Por si acaso yo ya he comprado la S de SUPER, me da que va a ser chicote y se va a quedar por mucho tiempo.



6 comentarios:

  1. Bueeeno, menos mal que es verdad eso de que no hay mal que cien años dure. Me alegro de ese rayo de esperanza en el camino, ahora ya sólo falta que dimita el timador del gobierno. Un abrazo, Amparo.

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  2. Gracias Miguel! Ya te contaré porque ahora lo tenemos malito. Con respecto al timador no albergo ninguna esperanza. Abrazos.

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  3. Vaya, ojalá se recupere pronto el pequeño felino. Me alegro mucho que os haya llegado esa criatura para llevar la alegría a casa. Me ha gustado mucho este post, muy buena exposición y como siempre (siempre que lo intentas, claro) haciendo sacar una sonrisa del lector. Un abrazo

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  4. Gracias como siempre, te voy a poner en los agradecimientos a pie de blog, por tus comentarios y consejos. Besos!!!!

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  5. Sencillamente precioso. TOOOODO.
    Cómo escribes, cómo lo cuentas, que lo hayáis rescatado, que esa bolita de pelo os cambie la vida para bien...
    Por qué habré tardado tanto en descubrirte?
    Lo siento si no te gusta, no quiero molestar, pero voy a recomendar mucho tu blog en un próximo post.
    No todo van a ser mamás estupendas, diseñadoras gráficas y entradas de DIY.
    Un abrazo cariñoso desde el norte.

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  6. Gracias eres muy amable!!! No molestas para nada, al contrario. Sigue leyendo tienes un montón de historias!!! Abrazos y gracias por tu visita. Vuelve pronto

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