viernes, 9 de julio de 2010

Cachivaches

Lo único que le envidio a Victoria Beckham, (aparte de darle un vistazo a su marido recién salido de la ducha, con una toalla blanca rodeándole la pelvis), es con diferencia su vestidor, no el contenido que por la sencillez que me caracteriza no termina de adecuarse a mi estilo, sino el continente que lo descubrí en una revista y ha terminado provocándome un estado de shock con el correspondiente trauma posterior. Se compone de un “apartamento” de 250 m2 dividido en dos plantas enlazadas por una escalera digna del palacio de Versalles. Espacios diáfanos, estanterías lacadas en blanco y la ropa dividida por temporadas, Spring-Summer-Autumn-Winter. Sin improvisaciones, pura organización de millonaria maniática, una habitación para los bolsos y otra para los zapatos, lencería, abrigos, trajes de día, tarde y noche, todo clasificado milimétricamente por gamas de color. Dan ganas de solicitar sin tardanza un puesto de doncella para corretear a escondidas con un plumero entre las manos, aunque me huelo que la tal Victoria con ese rictus avinagrado que la acompaña permanentemente, no debe ser una jefa del todo encantadora.

Mi casa es pequeña y los armarios van en consonancia, así que debo echar mano de toda mi imaginación para conseguir el prodigio de que la ropa quepa dentro debidamente colocada. Confieso desolada que no termino de conseguirlo y que la diminuta habitación a la que Román y yo denominamos eufemísticamente como “el vestidor” siempre parece una mala copia del camarote de los hermanos Marx. La ropa se apila a  en torres de equilibrio inestable, esperando ser colocada en un lugar inexistente, así que casi a diario rascacielos de calzoncillos, camisetas y calcetines acaban desmoronándose y cayendo de bruces al suelo, imposibilitando que la puerta se abra desde fuera. En esos momentos juro por Dios que quiero ser Victoria.

Y me propongo una tarde de sanación de armarios, que consiste en eliminar todo aquello que no me he puesto en los últimos 365 días. El experimento revela ropa de tallas tan diversas como la 38-40-42-44. (Solamente explicable por mi afán conservador y por la falta de hormonas que me lleva a transformarme en Hulk y volverme verde, más a menudo de lo que yo quisiera). Encuentro ropa de veinteañera –os recuerdo que antes de ayer cumplí 46- que me produce una natural ternura, vestidos de bodas cuyos cónyuges hace mucho que firmaron el divorcio, faldas y pantalones diminutos, zapatos que alguna amiga tuvo a bien regalarme y que no me caben… Estoy un poco asustada porque creo que padezco el “síndrome de Diógenes” y no elimino nada por si acaso, por si acaso me vuelvo joven y me subo en el coche de “Regreso al futuro” rumbo a los 80 o continuo con la monótona dieta hasta alcanzar los 50 kilos.

¿Os sucede algo similar? Tiemblo al pensar que acabaré convertida en la abuelita más excéntrica y solitaria del geriátrico.

Mi última sanación extrema concluyó con 2 bolsas de basura gigantes y una sensación muy saludable de soltar lastre. Por la noche al consultar mi horóscopo en el periódico, leí entre risas: “Necesita urgentemente modernizar su vestuario, deje entrar aires renovadores en su vida que seguro  le harán rejuvenecer”.

En ello estamos, tiembla Victoria.

1 comentario:

  1. Amparito ... por si te sirve de ejemplo y consuelo, yo tambien hace poco hice una mini limpieza de armarios ... pero creo que soy "ordenalimica" (ordenadora bulimica) porque casi casi que me voy a media noche a escalar la valla del punto limpio para recuperar del contenedor esos vaqueros de la talla 32 que solo me entraron una semana, del vestidito blanco que ahora me deja la mitad de las nalgas al descubierto, de esas imitaciones de choos que de tan altos la unica vez que me los puse casi me parto una pierna, de esa montaña de camisetas que ahora me dejan las lorzas al descubierto y de las camisas que ya no me cierran ... buaaaahahaaa.
    Quiero SER Victoria!!

    ResponderEliminar