viernes, 4 de junio de 2010

STREAPTEASE

Voy por ahí perdiendo las bragas, (literalmente).

No me he vuelto loca y tampoco me he dado a la mala vida, nada más lejos de la realidad, simplemente he empezado una dieta. Me sobraban 11 kilos desde hacía mucho, pero hasta Abril nunca había conseguido reunir el arrojo y la disciplina suficientes para comenzar a adelgazar.
Lo mío con el peso resulta paradójico, en realidad yo no me veía gorda, pese a gastar una talla 44, cada mañana en el espejo me descubría enfundada en una 40, positiva que es una. Igual que las anoréxicas se ven gordas yo que estaba gorda me veía flaca. Pero una buena mañana me cansé de jugar a madrastra de blancanieves con mi espejo y decidí que hasta aquí habíamos llegado, simplemente quería mejorar o cuidarme o verme más guapa o lo que demonios sea.
Localicé una clínica, pedí cita y me lancé a buscar a esa nueva Amparo que está por ahí en el fondo de alguna parte.
Lo de la clínica, no os voy a engañar me daba un poco de miedito, imaginaba una doctora esbelta de piel tersa y pelo con mechas recientes, enmarcada por el sonido de ese hilo musical tan inquietante, idéntico en todas las clínicas (especialmente en las dentales) y que inexorablemente, precede a la catástrofe. Por no hablar de esas enfermeras atentas y sonrientes de suave perfume y complementos de Tous que te conducen obsequiosas al matadero con un “no va a doler nada” o “es solo un momentito”.
Me equivoqué absolutamente, todo resultó de lo más natural, la doctora no tenía ese punto de dietista de famosos que tanto me asustaba, incluso para ser sincera, también a ella le sobraban unos kilos, gastaba gafas de pasta y su pelo rubio y alborotado no había pisado una peluquería en varios meses.
Salí de allí preparada a pasar hambre, con mis menús en una mano y un último croissant de chocolate escondido en la otra. Desde entonces vivo rodeada de lentejas, brócoli, acelgas y todas las cosas verdes que seáis capaces de imaginar. Olvidas necesariamente el pan y las pastelerías y aunque tu humor se resiente y el rictus se te avinagra notablemente, no me he rendido.
Obediente casi siempre, observada de cerca por Maksim que amenaza con chivarse a la médica si mordisqueo los restos de su pizza. Cuando voy a pesarme no puedo dejar de sentirme como una colegiala pillada en falta. Me quito zapatos, chaquetas y hasta los pendientes, buscando pesar menos, 50 gramos son 50 gramos y contengo el aliento asustada ante el ansiado veredicto…
Ahora que mi meta está cercana, el único inconveniente confesable es que la ropa me queda grande, incluidas todas y cada una de mis bragas, así que espero las rebajas con las piernas cruzadas y mientras me apaño en el mercadillo.
La vida está llena de cambios, de antes y despueses, muchos maravillosos, enamorarse, tener hijos… otros enseñan una cara oscura y te partes el cobre con el desamor, o la enfermedad… todos te trocean como un pastel de cumpleaños. La yo casi delgada, renovada y combativa está quedando al descubierto.

Definitivamente no tendré más solución que renovar el vestuario.

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