sábado, 8 de mayo de 2010

DECORADOS

Mis periplos sanitarios me llevaron antes de ayer a un centro de salud que apenas conocía, la mañana era soleada y el autobús me dejó con tiempo, así que aproveché para dar una vuelta por la zona. Muy cerca descubrí un colegio y he de confesaros que me chifla ese momento agobiante de niños corriendo arriba y abajo, carteras llenas de spidermans y hello kitis, besos rápidos y “pórtate bien y pasa un buen día”. Así que decidí apoyarme en un coche, esperar y observar.

Al segundo golpe de vista algo en la imagen no me cuadró, justo en la puerta del cole se formó un tumulto peligroso donde madres y niños se introducían sin dudar, formando una melé digna de una final de rugby. Por lo menos más de 150 personas se apelotonaban en torno a un par de chicos de apenas 20 años. Los chavales repartían una botella de colacao y un bollo a cada niño y estos tardaban segundos en devorarlos. Nadie resultó gravemente herido aunque más de una madre peleaba por conseguir algún bollo de más.

Cuando los niños entraron en la escuela, me acerqué a los chicos que recogían los restos de comida desperdigados por el suelo. Me contaron que hacían ese reparto cada mañana, eran de una ONG y como voluntarios, llevaban más de dos años dando desayunos a los crios de ese barrio.

Los profesores del centro les pidieron ayuda porque los niños se dormían en clase, habian descubierto que muchos no desayunaban en casa y algunos incluso no cenaban. Gracias a ellos había garantía de que al menos llevaban algo en el estómago.

Me despedí con la mirada baja, me parecía estar en un sitio lejano, pero al levantar los ojos descubrí de bruces el Palacio de la Ópera de Calatrava que se alzaba majestuoso al final de la calle.

Aquí al lado, sin ir más lejos.

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