viernes, 23 de abril de 2010

DIAS CEBOLLA

Igual que la Audrey del cuento anterior tenía días negros y corría a refugiarse en Tiffanys donde nada malo podía suceder, yo tengo días cebolla. En esos días no es urgente buscar el amparo de una amiga, ni mendigar besos a un hijo preadolescente, tampoco es necesario localizar con premura la peluquería más próxima y pedir un milagroso corte de pelo. Son días que brillan por si mismos.
A primera hora sales de casa con medias tupidas, anorak y paraguas,  pero el curso de las cosas hace que apenas una hora después, el sol brille potente enseñando la patita como los cerditos del cuento y empiezas a sentir sus rayos en la punta de la nariz y decides quitarte esa chaqueta interior que te da tanto calor y caminas por la ciudad descubriendo lo preciosos que están los cerezos japoneses. Que son con diferencia mis árboles favoritos, silenciosos y elegantes que de repente, en el arranque de la primavera, florecen y lo inundan todo de color de rosa. Igual que los cerezos, florecen las terrazas y es adorable ver a la gente tomar los cafés en plena calle y las aceras inundadas de niños y jóvenes en manga corta recién estrenada. Y pasas por la puerta de Zara y necesitas con urgencia comprarte una camiseta de tirantes y te la pones y en el probador te quitas las medias tupidas y guardas el pesado anorak en el fondo de  la bolsa. Y saldrías a la calle en bragas y sostén pero no es plan de alterar el orden público.

Y en tu cabeza hay una frase maravillosa que se repite sin cesar “Estás limpia, nos vemos en dos meses”.

Vivan los días cebolla.

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