sábado, 6 de marzo de 2010

HOME SWEET HOME

Hay días en que la energía cósmica que rige el equilibrio del universo parece dejarte fuera. No me preguntéis porqué pero existen días así, en los que de buena mañana, peinando a tu hijo, se te queda mirando muy fijamente y te pregunta: Mami “¿Por qué tienes el pelo de dos colores?” Y tú constatas no solo que su apreciación es de lo más acertada, porque tu cabellera tiene todo el aspecto de un helado de vainilla y chocolate, sino que además tu bigote está empezando a recordar peligrosamente al de Salvador Dalí. Son mañanas en que te ves obligada a adoptar la bandera Suiza y poner cara de neutralidad manifiesta en una discusión de trabajo. Ratos de esperas en la antesala del médico, donde pese a tus nervios, debes acabar poniendo paz y orden entre dos abuelitas beligerantes que quieren entrar a consulta sin esperar turno. Días en que decides comenzar de una buena vez esa dieta ya del todo inaplazable o en los que incluso algo aparentemente tan nimio como comprar un maquillaje, se pone cuesta arriba cuando la señorita en cuestión inocentemente pregunta: “¿Cómo tiene Vd. la piel?” Tú te la quedas mirando completamente atónita incapaz de contestar y te sientes un poquito mema, porque puedes decirle de carrerilla cual es la capital de Zambia o Tanzania, pero en 45 años de existencia no tienes ni repajolera idea de cómo demonios es la piel de tu cara.

Hay casas por recoger, madres ancianas por consolar, incertidumbres sobre los hombros y listas de la compra colgadas en la puerta de la nevera.

Yo tengo un truco maravilloso para esos días, por la tarde al salir del cole, invito a los amigos de Maksim a casa, a todos los que puedo, cuantos más mejor. Las madres preparamos café mientras ellos juegan. Poco a poco la casa va entrando en calor, se va llenando de risas, carreras y ruidos. Algo parecido ocurría en mis primeros años de matrimonio después de una noche de cena con los amigos. La mesa por quitar, las copas con el borde manchado de carmín, velas apagadas y ese poso de que algo bueno acaba de suceder entre esas cuatro paredes. He sido muy feliz recogiendo esas mesas y fregando esos platos. Recordando conversaciones y risas. Sacudiendo ese buen rollito que lo invadía todo.

Los amigos de Maksim con la fuerza de sus seis años consiguen traer a casa esa sensación de calor y plenitud.

Cuando se van, todo tiene una energía diferente la casa es más calida. Nunca ha sido más bonita que estando sembrada de telas y juguetes fuera de sitio, como recién salida de un huracán, está contenta y plena, las risas y los ruidos se han pegado a las paredes o al piano aporreado sin piedad. Por un momento ha habido piratas y princesas en el salón, experimentos en el cuarto de baño o brujas haciendo conjuros en la galería. Esa fantástica estela barre de un plumazo cualquier sensación y me renueva por completo, como un calcetín al que das la vuelta. Mejor que el spa más selecto. Hago la cena contenta, canturreando canciones de la radio y si se acerca el fin de semana, hasta me bebo una copita de vino al prepararla. La vida vence. Son ratitos de magia, atisbos de felicidad completa.

1 comentario:

  1. me ha encantado lo de "la vida vence"... además dentro de unas dos semanas voy a ser mamá (por primera vez) y leer tu relato me ha sentado muy bien... me apunto el truco. Bss

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