miércoles, 24 de febrero de 2010

GRANDES SUPERFICIES

Hay premisas que son inexorables. Si en un supermercado hay siete cajas registradoras, la cola que yo elijo al azar, siempre irremediablemente acaba convertida en la más lenta. O se estropea el lector de códigos de barras o la cajera es novata o la señora de delante decide comprar la verdulería entera sin pesarla previamente. Así que harta de revelarme contra mi destino, decidí hacer del vicio virtud, desde entonces dedico los incontables minutos de colas que siembran mi vida a estudiar la naturaleza humana. Me parece una estupenda decisión, es creativa, barata, me ayuda a mantener  mis neuronas en forma y sobre todo es muy entretenido.
En el supermercado disecciono los carros de la compra, reconozco de inmediato a las parejas que están estrenando relación y cuidan la dieta, se dejan una pasta en alimentos dietéticos, vinos caros y jamoncito del bueno para darse un homenaje, en sus carros siempre abundan las sales de baño, cremas faciales de más de 30 € (esas que olvidas necesariamente cuando trabajas media jornada y eres madre de familia) y hasta velas aromáticas para cenitas románticas.
Mis carros favoritos son los de padres novatos, llenos de pañales de diferentes tamaños, no vaya a ser que el niño pegue un estirón y cambie de talla repentinamente, toallitas variadas, papillas, colonias, ¡tanta vida por delante...!
Pero los más tiernos y especiales  son, con  diferencia, los de las  abuelitas  solitarias, compran como  hormiguitas mucha pechuga de pollo, leche, galletas y casi siempre arena para gatos. Suelo dejarlas pasar, ellas deben pensar que soy adorable pero lo hago egoístamente, así tengo más rato para inspeccionarlo todo. Las ayudo a cargar el carro, a cerrarlo y a veces hasta camino con ellas un trecho.
En cualquier cola que nos toca vivir puedes encontrar todo un microcosmos expuesto ante nuestros ojos con una claridad meridiana, desde la madre organizada con una lista de la compra digna de un inspector de hacienda, detallada, con marcas, cantidades y tamaños, a la que vive entre la espontaneidad y la improvisación y está abocada a terminar comprando sopa de sobre, pan y el lomo para la cena. El divorciado que busca sorprender a una nueva conquista y ha desempolvado un viejo libro de recetas, con la esperanza vana de parecer un chef ilustre. O el padre viudo que recompone la vida comprando con sus dos hijos aún entumecido por la ausencia. La señora de mediana edad que le cuenta a su vecina en voz baja lo mala que es la menopausia entre los jamones de la charcutería. O la chica flaca de trenzas que adora el muesli y tiene cercos bajo los ojos por un amor al que no olvida.

En las colas como en la vida hay de todo, las historias están ahí esperando simplemente  ser contadas.

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