lunes, 24 de julio de 2017

REDES SOCIALES

Los veranos de mi infancia acumulan miles de tardes en la calle. Los pueblos permiten pulsar la vida y la muerte, sin prácticamente moverte de casa. De pequeña adoraba sentarme con los mayores en la puerta, sacar mis juguetes y repartirlos sobre la acera, especialmente una fantástica cocinita con depósito de agua donde preparaba espaguetis imaginarios para mis amigas y cualquier vecino participativo que pasara por allí.
Las seis o siete mujeres que se sentaban a tomar el fresco diseccionaban el día. Las bodas, las rupturas sentimentales, todo encontraba su lugar en el tamiz de aquel grupo heterogéneo. Me crié entre procesiones y entierros, verbenas y meriendas, sin desplazarme más de 50 metros.
Aquella vinculación primaria, aquel descubrir un suceso importante por el repique de las campanas, ha mutado en el siglo XXI a la conexión en las redes sociales. Las tenemos para ligar, para enseñar los estupendísimos que resultamos viajando, divirtiéndonos, lo bien que vestimos, decoramos o escribimos, lo requetecultos y enjundiosos, lo leídos y lo amigos íntimos que parecemos de gente a la que no hemos visto más de tres tardes.
A mí me gusta participar, enseñar, cambiar impresiones y tener alguna buena discrepancia de vez en cuando, pero con el tiempo creo que voy a ir tomando distancia. Enseñar la patita demasiado no me acaba de interesar, será que voy cumpliendo años y no necesito fiscalizar ni mi vida ni la ajena, aunque imagino que el equilibrio está en no exponerse demasiado. Sin embargo reconozco que tienen cosas magnificas, generan opinión, te nutren de creatividad y permiten conocer realidades distintas que merecen un toque a arrebato desde el campanario más destacado.
Una de esas realidades era tan autentica, que consiguió atravesar la pantalla de mi ordenador y meterse dentro de mí. Vicente amigo de muchos amigos y estupendo artista, desplegaba su ingenio y creatividad con una cercanía sin filtros, narraba sus paseos con el perro descubriendo objetos peregrinos que arrancaban sonrisas con un punto socarrón y absurdo. Mostraba sus cuadros, su cercanía, su espíritu mediterráneo rodeado siempre de amigos entusiastas, “sus Kamaradas” con los que igual comía una paella que se vestía de lagarterana. Natural, afable y sentimental, parecía un Marqués de Bradomín residente en el distrito 8.
Entonces llegó ella.
Chus la chica jabalí, el amor definitivo, la mujer que le movió el suelo, alguien que desde el otro lado de la pantalla de mi ordenador, le quería con locura y con urgencia. Durante un tiempo fueron felices y comieron perdices, debió haber vino y rosas para dar y tomar. Pero la vida es un tango como decía mi madre y Vicente enfermó. Imagino la incertidumbre y el miedo que había detrás de aquellas publicaciones optimistas, donde se le veía cada vez más delgado pero manteniendo el tipo, sin dejarse vencer, plantando cara.
La chica jabalí no se movió un centímetro, acompañó aquella cuenta atrás separando la paja del grano, viviendo a la desesperada. Exprimiendo el amor y las lágrimas, conociendo que la batalla estaba perdida pero que allí no cabían banderas blancas.
Un buen día Vicente dejó de asomarse al balcón de facebook, llegó un silencio que a mí me hizo pensar, “ya está aquí el final” Pedí que dieran mi ánimo a la chica jabalí, me daba pudor acercarme, salir del otro lado del plasma (mi única similitud con Rajoy, no busquéis más) y dar la cara.
Si la hubiera tenido delante la hubiera abrazado fuerte fuerte, porque imagino el abismo insondable al que se asomó en aquel tiempo. Y le hubiera dicho de corazón que aquí estoy para lo que quiera. Su pérdida es como un balazo de cañón deja un agujero redondo e inabarcable.
Sin embargo, Chus saldrá de ese desgarro primero y espero que con el tiempo pueda alcanzar la certeza de que pese a la perdida, ser la chica jabalí no solo mereció la pena sino que fue el mayor de los privilegios. Los amores fetén son como la lotería, no le tocan a todo el mundo.

Esa es a la vez la única certeza y el único consuelo.

A los que han querido, a los fueron tocados por la mágica varita, a los que se quedan.

2 comentarios:

  1. Al marqués de BRADOMIN le encantaban las redes sociales y su chica JABALI se reía con el.Precioso relato Amparo,sabes ver, mirar y observar y llegar a ese lugar encantado donde reina la emoción, y ademas escribes taaan bieeeen.Sieeempre siempre siempre me gusta leerte.
    PD
    al marqués de Bradomin le hubiera encantado conocerte mas

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  2. Gracias Teté, eres muy generosa. A mí también me hubiera encantado conocerle mejor. Vuestra suerte, fue tenerle como amigo, ahora toca capear su ausencia.

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