lunes, 19 de julio de 2010

JUGAR AL ESCONDITE

Casilda Varela tenía el total convencimiento de que a una determinada edad todas las mujeres se vuelven invisibles. Da igual que se pinten como puertas, que adelgacen 10 kilos o se tiñan el pelo de verde pistacho, definitivamente nadie parece verlas. De repente sin saber muy bien como, terminan convertidas casi exclusivamente en "la mamá de Lucía” o en “Martínez, hace una hora que estoy esperando la facturación” y encaran los 40 con la sensación extraña de que se desdibujan, no es que envejezcan, simplemente pierden nitidez.
Se trata de un sentimiento completamente democrático, alcanza por igual a la vecina del cuarto que a las actrices de Hollywood - a excepción de Meryl Streep - (que obviamente es de otro planeta). Desde la farmacia hasta el supermercado, Casilda acabó siendo "aquella señora con la niña de trenzas que siempre va acelerada con el carro hasta los topes". Y poco a poco ella misma fue reduciendo su imagen, estereotipándola, ajustándosela como quien se prueba un traje ceñido.
Aceptó con dignidad que los órganos de su cuerpo susceptibles de seguir la ley de la gravedad la siguieran y asumió que no tenía demasiadas posibilidades de recibir un beso como el de Casillas en lo que le restaba de vida.
“Volverse invisible tiene sus ventajas -comentaba a sus amigas entre risas- siempre puedo intentar atracar un banco con notables posibilidades de éxito”, pero con el tiempo acabó convirtiéndose en una losa. Al principio luchó, se arregló para sí misma, compró sujetadores de mágicos efectos para que sus tetas siguieran lo más altas posibles, cremas milagrosas que desterraran la celulitis de sus cartucheras, un par de meses más tarde, vencida por la evidencia, comprendió que no había formulas mágicas y decidió aliarse con su flacidez y su invisibilidad.
Aprendió con valor a dormir en el centro de su inmensa cama, exiliando la imagen de aquel antiguo marido que siempre anduvo en otra parte. Solo compartía lecho con su hija y con Moka una gata cascarrabias. Perdió el miedo al vacío del otro lado de la cama, a esa colcha sin arrugas, su autentico territorio comanche durante años.
Se convenció de su trasparencia, la creyó definitiva y comenzó a vivir sin que nadie la viera.
Pero como en los cuentos, cuanto más escondida se creía más evidente fue haciéndose para los demás. Llenó su escondrijo de una libertad traviesa y como la vida está llena de paradojas, el destino terminó enviando a un príncipe de mediana edad con gafas detectoras de mujeres invisibles, que lógicamente no paró hasta conquistarla.
A la mañana siguiente Casilda, desnuda frente al espejo, reconoció sus perfiles completamente nítidos, firmes y rotundos.

Para Marina y para todas las invisibles, donde quiera que estéis…

3 comentarios:

  1. Qué lindo!!! Para qué te digo una cosa por otra, me sentí un tanto identificada. Me recuerda un poco al cuento "la última niebla", de María Luisa Bombal (una escritora chilena).
    Perdón por no haber comentado antes, ando medio floja para eso.

    Saludos

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  2. ¿Cómo tener más de cuarenta y no sentirse identificada? Me ha emocionado hasta decir basta, reía y lloraba al leerlo, aún a sabiendas de que la Mujer Invisible se puede convertir en Wonder Woman para alguien (y si no que me lo pregunten a mí)...Todavía hay finales felices y vida después de los cuarenta.Recibe un abrazo fuerte fuerte...

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