miércoles, 7 de abril de 2010

SIN PIES NI CABEZA

Me cae bien Emma Thompson, es una actriz que igual podría ser la vecina londinense del segundo, por lo cercana y afable. Es guapa sin resultar distante y parece simpática, se le da bien la comedia y su papel de solterona neurótica en “Los amigos de Peter” me resulta siempre enternecedor.
Ayer leía sobre ella en Internet, donde comentaba sin tapujos como su vida había naufragado tras su divorcio, reconociendo que no se quitó la bata de su ex hasta pasados tres meses del abandono. (La bata debía estar hecha unos zorros y ella también, porque ser dejada por un chulazo como Kenneth Branagh debe ser francamente jodido) . De inmediato me solidaricé con ella y llegué a pensar que podríamos ser grandes amigas cuando habló con naturalidad y frescura de la depresión que le causaron sus dificultades para concebir, y también me pareció completamente fabuloso que se haya atrevido a adoptar a un adolescente nigeriano de 16 años. ¡¡Ole sus huevos!!. Cuando ya parecía que éramos almas gemelas, un nuevo punto de la conversación me hizo adorarla más si cabe. Es una compradora compulsiva de zapatos, es más, engaña a su marido con mil triquiñuelas para colarle pares nuevos como si fueran de segunda mano. Este último dato me hizo rendirme definitivamente a sus pies, nunca mejor dicho. Y es que a mi me chiflan los zapatos, la verdad. No soy Imelda Marcos, pero he de reconocer que puedo cambiar el rumbo de mis paseos en función de un escaparate con unas bonitas botas que me llamen la atención.

Como buena exrellenita simpática (por fin me he puesto a dieta) sé apreciar la inestimable ayuda de unos buenos tacones. Así que en mis excursiones de rebajas siempre termino encaramada a zapatos completamente imposibles a no ser que decida reconvertirme en pino, echar raíces y quedarme quieta en un prado durante el resto de mi vida.
Sin embargo hay certezas en la vida tan absolutas como que el verano sigue a la primavera. ¿¿¿¿Por qué compramos zapatos que jamás vamos a poder utilizar???? ¿¿Que fuerza interior nos mueve??
A lo largo de mi vida he gastado un dineral en calzado que me venía pequeño o grande, simplemente porque me gustaba, buscando excusas tan peregrinas como, “ya compraré unas plantillas” o que “en invierno seguro que mis pies encojen”. Otros eran duros como ladrillos, incluso tacones tan elevados a los que necesitaba trepar con la ayuda de una banqueta. Sé que jamás tendré ocasión de utilizarlos, pero definitivamente en ese preciso instante no pude resistirme. Obviamente no os hablaría de esto si fuera solo cosa mía; pero además de mí y de Emma que a partir de este momento se ha convertido oficialmente en mi gurú, durante años he visto hacer lo mismo a montones de amigas así que la cuestión tiene un cierto rollito sociológico.
Puede ser un punto romántico, tal vez buscamos pisar la vida debidamente acicaladas y no nos importa parecer las hermanastras de cenicienta retorciéndonos de dolor hasta conseguir acoplar nuestro pinrrel dentro del diminuto modelo. O demuestra un cierto inconformismo ante la realidad: “Se positivamente que no puedo caminar con estas botas pero a veces en la vida las cosas cambian, parece imposible pero a veces pasa”.
¿Porqué estamos tan llenas de optimismo, inocencia y fe para errar de manera reiterada?

Siempre podré robarle el disfraz de spiderman a Maksim y trepar por las paredes sin tocar suelo.
Espero vuestros comentarios pero quien en su armario esté libre de pecado, que tire la primera piedra.



1 comentario:

  1. y ni hablar de las locas que ademas de comprar compulsivamente esos imposibles zapatos (por si me crece el pie, esos tan sexis, esos tan comodos, esos estrechos por si me puedo cortar un dedo antes de fin de año, que si con las uñas más cortas un numero más chico, por si bajo los cinco kilos que me sobran y puedo por fin usar "ese vestido" estos me vendrian ideales) los guardamos en sus cajas ...y cada caja debidamente etiquetada, modelo, color, numero, tipo de tacon y tipo de punta detallados.

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