lunes, 9 de mayo de 2016

LLAMEMOSLE X

Hay momentos que cuando los estás viviendo en pleno gerundio ya sabes que acabarán convertidos en recuerdos. El viernes me enfrenté a uno de esos instantes y no fue de improviso. Visitar una UCI pediátrica merece una puesta a punto, debes ir serena, debidamente llorada de casa, convertirte en todo lo trasparente que puedas y no andar por el medio ni hacer preguntas que no sean fundamentales, ahora eso si como el alma de escritora no suele abandonarme iba dispuesta a atesorar sensaciones y cuantas más mejor.

Me sorprendió la serenidad de nuestra guía y la seguridad con la que nos conducía de menor a mayor dentro del rango del dolor, dándonos cancha para respirar y esconder nuestros ojos vidriosos sin venirnos abajo ni pasar vergüenza.

Podría hablar de cada uno de los casos a los que me enfrenté, describiros al bebé de tres meses que quizá mañana por fin consiga el alta ansiada, a la pequeña fan de Pepa Pig sentada en un sillón sonriendo a una vida que ya la abierto en canal, al chaval con un pulmón perforado del que me aparté asustada en cuanto intuí su parecido con mi hijo, o el crio aterrorizado al que su padre mintió justo antes de entrar en el quirófano y al que han vaciado de certezas. Cualquiera de ellos o de la gente que les cuida tendría derecho a una novela de 500 páginas, por su dolor, su coraje y su esperanza. Pero hubo alguien que me robó la atención, alguien que ocupaba el rincón más alejado de toda la UCI.

Observé una incubadora rodeada de un pequeño parque, no sé qué fue quizá el parque, algo me chocó y pregunté. M. nuestra amable cicerone comentó que era un bebé de un año al que sus padres habían abandonado cuando supieron lo grave de su enfermedad pulmonar.

X ha pasado 365 días en ese rincón porque necesitaba una atención permanente que solo allí podían darle. Pero no porque precise los cuidados exhaustivos de una UCI sino porque no tiene a nadie más en el mundo.

No sé si ha visto la luz del sol, lo que es seguro es que no ha visto un parque, ni la playa, ni ha dormido en una dulce habitación imaginada para él.

Pedí acercarme para tocar el cristal que me separaba de poder acariciarlo. Sé que lo van a llevar a las monjitas de Santa Ana, allí su vida será mejor, además había gente de otra asociación que iba a hacer turnos para atenderle. El mundo está lleno de gente maravillosa capaz de obrar milagros, gracias a cada uno de los que durante estos meses han hecho la vida de X más llevadera. Gracias a los enfermeros que lo suben en el carro de las comidas y lo pasean UCI arriba UCI abajo en plan parque temático arrancándole la risa, a los que lo cogen en brazos a cada rato, al fisio que intenta estimular sus piernas sin vida, a los médicos que firman la tarjeta que le felicita por su primer cumple.

Gracias.

Nunca olvidare los ojos de X, luminosos como los de un animalito confiado que reclama cansado un buen hogar. Como decían las taurinas monjas de mi colegio cuando empezábamos los partidos de baloncesto que Dios reparta suerte.



Gracias a M. y a A., por su labor y su cercanía.



Pd Perdón por el estilo de este post, o por su ortografía, a veces escribir sale de las tripas.

4 comentarios:

  1. He pasado por el susto, el miedo, el llanto y, finalmente, la esperanza en los escasos minutos que he necesitaso para leer tu post.
    Gracias a todas esas personas generosas que ayudan no a quien les toca si no a quien lo necesita.
    Gracias a ti por estar allí, por contárnoslo tan bien y, sobre todo, por recordarnos que hay mucha gente buena.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Mari Luz,
    Ayudar a quien no te toca, que bueno.
    Abrazos de día lluvioso.
    Planeo ir a Bilbao cuando tenga fecha te aviso!!

    ResponderEliminar