viernes, 8 de febrero de 2013

GRAN ANGULAR

Me encantaría ser buena fotógrafa. Pero transmitir emociones con la imagen, como que no es lo mío. Sin embargo descubro escenas allá donde voy y enseguida las guardo en mi cajón de sastre. Como conchas de la playa. Quizá aprovechen para esa novela que nunca termino o en alguna de las historias que os cuento aquí. Imágenes que me encuentro en la calle, en el bus, o en la puerta del colegio. A veces un beso, un apretón de manos, sonrisas o cuatro palabras. Cosas que quizá no significan nada para nadie. Pero que consiguen que a mí, de repente, la atención se me enfoque como una lente y ¡zas!, ahí detrás, escondida, está la historia.

La otra tarde me encontré sentada en el sofá del portal, a doña Concha. Una anciana burguesa del edificio donde trabajo, siempre elegante y guapa, pese a haber dejado atrás los ochenta. La saludé contenta, porque me gusta verla, mantener la dignidad y la alegría a esas alturas, tiene mucho mérito y ella lo consigue sin aparente esfuerzo. Halagué su bonito abrigo y el peinado de peluquería. Ella sonrió y me dijo bajito “estoy esperando a mi hijo, nos vamos a cenar los dos solos”. Y cuando acabó la frase, asomó su cara de los veinte años, la sonrisa pícara con hoyitos, los ojos maquillados le brillaban azules, la ilusión borró cualquier rastro de vejez, de repente. Fue asombroso.

O esa amiga virtual de la que os hablaba el otro día, que está a punto de conocer a su hija en China. Sabe el lugar exacto donde fue abandonada cuando nació y está dispuesta a ir a esa calle y dejar escrito en la piedra de cualquier edificio “ella es feliz, tiene amor y cuidados”. Quizá si su madre pasa por allí alguna vez, encuentre el mensaje, pase el dedo por encima de los signos y se lo lleve consigo.
O cuando en oncología, me quedé sobrecogida ante una chica embarazada que recibía su dosis de quimio. Llevaba un gorrito de lana rojo con una borla, tenía los ojos cerrados y con la mano libre se acariciaba la barriga despacito. Sentí un escalofrío, me faltó el aliento y me quedé allí plantada mirándola un buen rato. Miedo y esperanza. Fue un fogonazo, como los de las cámaras antiguas.

Igual que descubro escenas duras, también me tropiezo con algunas deliciosas. Ayer al recoger a mi hijo, reparé en dos compañeros suyos. Dos críos muy distintos, uno terremoto y otro introvertido, uno rubio y otro moreno. Con casi diez años ya van y vienen solos a casa. Pero por lo visto nunca habían caminado juntos. Cuando pasaron a mi lado, se dieron cuenta de que llevaban la misma dirección. Uno le dijo al otro “¿quieres que desde ahora vayamos juntos?”, el más serio le miró y dijo “vale, vamos”. Los dos distintos pero igual de altos, me dieron la espalda, con sus mochilas al hombro, ajustaron el paso, sin hablar pero en compañía por primera vez. Y yo me los quedé mirando hasta que los perdí de vista, atrapada.

Lo sé, definitivamente, soy una cuentista. Debería haberme dedicado al teatro.

7 comentarios:

  1. Maravillosa hasta emocionar... como siempre. Gracias, Amparo.

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  2. No te dediques al teatro, trabaja de una vez en tu novela que si es del palo de tus posts seguro que será mágica. Vinga, molta força!!!

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  3. Precioso Amparo! Desborda emoción. Un beso

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  4. Que bonito captar imágenes,emociones y sensaciones ....con tanto
    amor y cariño....retenerlas en el interior , para ser tan buena cuentista...
    besoooooooooos

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  5. Gracias chicos sois unos soletes. Siempre leyendo mis ocurrencias y tomándonos la molestia de comentarlas. Gracias de verdad, Wambas prometo seguir con la novela y no rendirme. Con tantos ánimos voy a ponerme las pilas. Abrazos

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  6. Amparo, me has hecho recordar un tiempo en el que yo también disfrutaba de pequeñas cosas que son la sal de la vida... tendré que hacer un esfuerzo y tomarme las cosas de otra manera porque últimamente no tengo tiempo ni de mirarme al espejo. gracias por tus "cuentos"

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  7. Gracias a ti Ana! Yo tampoco tengo demasiado tiempo, todos vamos un poco locos, pero de vez en cuando me fijo y encuentro una historia...
    Besos y gracias otra vez

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