A ciertas alturas de la vida uno no está para chorradas. Ya no vale cualquier cosa y poco a poco sin saber porqué, te vas volviendo exigente. No quiero pensar que sea la antesala de la vejez, porque aun ando en los cuarenta, pero os aseguro que se trata de una verdad de manual. Yo solo voy estando para mis amigos, para esas madres empáticas que convidan a mi hijo a su casa iluminándole la cara como si se hubiera tragado un neón, para conocidos con energía positiva, cenas con largas sobremesas donde arreglas el mundo entre copas y poco más. Intento no perder el tiempo e ir a lo bueno, a tiro hecho. Por decirlo finamente esta selección natural, debe ser la madurez.
Así que hace unos meses mi jefe y yo, supervivientes ambos de enfermedades serias y hartos de batirnos el cobre con gente de toda condición, decidimos convocar una entrega de premios. No una de verdad, en las que tenemos practica, porque los eventos forman parte de nuestro trabajo diario, sino una intima de andar por casa. Otorgaríamos un premio, a la persona más agradable, que nos encontráramos dentro de nuestro entorno laboral.
Ambos valoramos la amabilidad, la naturalidad, la cercanía, la empatía y detestamos la prepotencia, la altanería, la grosería o el fingimiento.
Porque en el día a día, encuentras gilipollas, pero también muchísima gente maravillosa.
¿No me digáis que no es una buena idea? La fuimos madurando, instituimos el premio –una caja roja de Nestlé tamaño XL- una tarjeta expresando nuestras intenciones, totalmente inocentes como comprenderéis y por último una sonrisa gigante de infinito agradecimiento. (Asumo que me consideréis una autentica pirada, algo completamente conocido, sobre todo para los que leéis este blog regularmente desde hace tres años).
Así que solo nos quedaba localizar a los agraciados. Podíamos elegir desde funcionarias adorables que sobrellevan estoicamente los recortes, a camareras que en lugar de plantarte en los morros un triste cortado, te saludan, te sonríen y desempolvan la delicadeza de lunes a viernes.
Constituimos una terna de nominadas con Antonia la portera, Marisa la del bar de abajo y Dulce la cartera. Aunque las tres son estupendas, ganó Dulce por goleada.
Organizamos la entrega del galardón “1ª Edición del No puede ser Vd. más estupenda/o” en la sala de juntas, con todo el glamour posible pero sin alfombra roja. Preparamos la caja de bombones, unos cafés con pastas de té y toda la solemnidad que pudimos reunir. Dulce que hace honor a su nombre, estaba completamente perpleja y no acababa de dar crédito a lo que los “zumbados” del ático le habían organizado. Nos contó que es maestra, que tiene un hijo médico, que le cuesta arrastrar el carro porque la espalda la está matando. Y nosotros agradecimos su sonrisa, que nos guarde los certificados o que nos pregunte siempre de corazón, por nuestra maltrecha salud.
Poco después, colorada como un tomate y abrazada a la caja roja tamaño XL se fue a seguir repartiendo cartas.
Antonia la portera, no tardó ni dos minutos en contarnos que bajó llorando, porque nadie nunca en veinte años, le había dicho que era una cartera sensacional.
Así que ahora como los supermanes justicieros que somos, ya estamos preparando la segunda edición.
Que tiemblen los Nobel, andamos pisándoles los talones.
Así que hace unos meses mi jefe y yo, supervivientes ambos de enfermedades serias y hartos de batirnos el cobre con gente de toda condición, decidimos convocar una entrega de premios. No una de verdad, en las que tenemos practica, porque los eventos forman parte de nuestro trabajo diario, sino una intima de andar por casa. Otorgaríamos un premio, a la persona más agradable, que nos encontráramos dentro de nuestro entorno laboral.
Ambos valoramos la amabilidad, la naturalidad, la cercanía, la empatía y detestamos la prepotencia, la altanería, la grosería o el fingimiento.
Porque en el día a día, encuentras gilipollas, pero también muchísima gente maravillosa.
¿No me digáis que no es una buena idea? La fuimos madurando, instituimos el premio –una caja roja de Nestlé tamaño XL- una tarjeta expresando nuestras intenciones, totalmente inocentes como comprenderéis y por último una sonrisa gigante de infinito agradecimiento. (Asumo que me consideréis una autentica pirada, algo completamente conocido, sobre todo para los que leéis este blog regularmente desde hace tres años).
Así que solo nos quedaba localizar a los agraciados. Podíamos elegir desde funcionarias adorables que sobrellevan estoicamente los recortes, a camareras que en lugar de plantarte en los morros un triste cortado, te saludan, te sonríen y desempolvan la delicadeza de lunes a viernes.
Constituimos una terna de nominadas con Antonia la portera, Marisa la del bar de abajo y Dulce la cartera. Aunque las tres son estupendas, ganó Dulce por goleada.
Organizamos la entrega del galardón “1ª Edición del No puede ser Vd. más estupenda/o” en la sala de juntas, con todo el glamour posible pero sin alfombra roja. Preparamos la caja de bombones, unos cafés con pastas de té y toda la solemnidad que pudimos reunir. Dulce que hace honor a su nombre, estaba completamente perpleja y no acababa de dar crédito a lo que los “zumbados” del ático le habían organizado. Nos contó que es maestra, que tiene un hijo médico, que le cuesta arrastrar el carro porque la espalda la está matando. Y nosotros agradecimos su sonrisa, que nos guarde los certificados o que nos pregunte siempre de corazón, por nuestra maltrecha salud.
Poco después, colorada como un tomate y abrazada a la caja roja tamaño XL se fue a seguir repartiendo cartas.
Antonia la portera, no tardó ni dos minutos en contarnos que bajó llorando, porque nadie nunca en veinte años, le había dicho que era una cartera sensacional.
Así que ahora como los supermanes justicieros que somos, ya estamos preparando la segunda edición.
Que tiemblen los Nobel, andamos pisándoles los talones.