lunes, 18 de junio de 2012

MADRE, MAMÁ, MAMI

Una amiga muy querida me contó que de niña, su madre decidió volver estudiar en la universidad. Desde entonces sus tardes de parque se llenaron de libros de texto y apuntes. A ella no le hacía ninguna gracia que mientras las otras madres hablaban de cualquier cosa, la suya empollase sin descanso el próximo examen. Lo más gracioso es que buscando que su madre diera el perfil adecuado: parque, finales de los 70, señora convencional, le compraba la revista Pronto cada semana y se la bajaba ella misma. Nada de estudiar en el parque, lo que toca es hablar de Conchita Velasco y Carolina de Mónaco.
Hay tantos tipos de madre como mujeres en el mundo. Desde la padecedora ultra proteccionista, a la optimista relajada. Las hay liberales, divertidas, estrictas gobernantas, sufridoras absorbentes, cariñosas, lucidas, positivas, posesivas, equilibradas o de hacérselo mirar, en fin un infinito batiburrillo. Porque todas somos una y muchas a la vez.
A mí en el sorteo genético, me tocó alguien muy poco ortodoxo. Mis recuerdos más antiguos me remiten a una mujer que hablaba de política y arte, más ocupada en leer o charlar con sus amigas, que en sacar el blanco a las baldosas. Una madre que odiaba cocinar, o hacer la compra. A la que yo nunca sentí la necesidad de comprarle el Pronto.
El destino hizo que mi padre enfermara y me fuera a vivir con la tía Pilar. Una madre madre, de las que hacen lentejas y cocidos, cosen trajes y bordan los bocatas de tortilla de patata. Alguien con quien jugar al parchís y leer tebeos.
Mi concepto de madre se divide entre las dos. La real y la postiza.
La autentica me llevó con diez años al museo de Louvre, me habló de Leonardo y Rafael, me hizo recorrer mundo. Siempre madre o mamá nunca mami, en todos esos viajes se desprendía de su caparazón y disfrutaba, reía o jugaba. Paseamos durante años por tres continentes, era intrépida, culta y podía ser muy pero que muy divertida. Gracias a ella encontré mi destino y soy respetuosa con todo lo diferente.
La postiza era esa que cualquiera desearía ver en la función de fin de curso. Guapa aunque un poco rellenita, confortable como un sillón de orejas cuando volvía disgustada del colegio, curtida en mil batallas, la vida diaria no tenía secretos para ella. Conmigo siempre fue firme, afectuosa y paciente. Me hizo lo que soy, como veis el cielo y la tierra.
La postiza murió hace 30 años, aunque yo salude su foto cada mañana al desayunar. La he añorado tanto, tantas veces.
La real, se enfrenta mañana a un incierto veredicto médico, su camino está casi terminando. Y yo que llevo noches sin dormir preocupada por saber cómo será ese final, no alcanzo a expresar de otra manera la gratitud,el esfuerzo, las luces y las sombras.

Su huella, en definitiva.



6 comentarios:

  1. Un buen homenaje a ambas madres. Un abrazo

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  2. No es tanto el tiempo vivido junto a una persona, sino la calidad de ese tiempo. Una madre postiza que dejó una huella, la real, que marcó una vida, y tú. ¿Qué clase de madre eres tú? Ellas ya han dejado huella. Pero la que en estos momento deja huella estás siendo tú.
    Ánimo, fuerza mañana y... que se yo. No hay palabas, así que mejor cayo y encojo un poquito el corazón.

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  3. ¡¡me ha gustado tantoooooooooo!! gracias Amparo!!!

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  4. Gracias a vosotros, por vuestros comentarios, el tema es delicado pasado mañana hospital otra vez ya vorem!!!
    Besos para los 3

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  5. Las madres son nuestros cimientos como personas. Mucha suerte, Amparo. Un abrazo.

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