jueves, 3 de noviembre de 2011

WATERLOO

Tengo el cuerpo plagado de cicatrices, igualito al de un torero. La más grande se extiende desde el pecho hasta debajo de la pelvis, donde se bifurca formando una especie de ancla. Una amiga la llama con humor “tu panamericana” como la famosa autopista, por lo grande de su extensión. Es profunda y su color oscuro nunca se ha mimetizado con el resto de mi piel.
No me duele, ni me molesta con los cambios de tiempo, pero cada mañana cuando me enfrento a ella en el espejo del baño, recuerdo porque está ahí. Es un instante fugaz al deslizarme dentro de la ducha. Os confesaré que pasé casi seis meses sin atreverme a mirarla. Incluso a veces me duchaba con una camiseta de tirantes para intentar ocultar su rastro. Como los niños que se esconden tras un cojín y chillan absolutamente convencidos de que se han vuelto invisibles: “el nene no está”.
Con el tiempo y los consejos de mi jefe, especialista en historia bélica, he terminado asumiéndola casi como un signo de triunfo militar y ahora convivimos en una especie de entente cordial, yo la miro de refilón y ella comienza a desdibujarse.
Arriba he dicho que no duele y he mentido, no lo hace habitualmente pero hay días con malas noticias, días en los que descubres que alguien a quien aprecias o quieres va a unirse a ese ejercito de cicatrizados invisibles. Entonces te cagas en todo, porque quisieras evitar ese calvario y te abruman las imágenes los pasillos, las batas, ese olor, la incertidumbre, la esperanza siempre, el amor, el miedo, casi te ves de nuevo en mitad de aquel campo de batalla. Quisieras ser la de antes, la que no gruñía, la que viajaba sin parar, la divertida, pero sabes que caíste herida y que esa Amparo ya no existe.

Y todo vuelve como una bofetada.

Ese día, hoy, mi panamericana duele profundamente.



4 comentarios:

  1. Sólo puedo decir que lo siento, que ojalá esa cicatriz no fuera más que una cicatriz cerrada, que nunca más se volviera a abrir, pero eso no está dentro de nuestras posibilidades, ojalá fuera así, pero no lo es. Como decía al principio, lo siento. Un abrazo muy fuerte y muchos ánimos, que los necesitas

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  2. Bien, también yo tengo mi panamericana particular que es efectivamente una herida de guerra. Yo tuve suerte porque físicamente no es tan grande y psicológicamente siempre estuvo al aire libre sin importarme demasiado. Aunque recuerdo comprar bañador volví a mis biquinis ante la mirada enorme de algún crío que pensaba que tenía ante sí a una Frankestein de 26 años...
    Mi panamericana ya no se ve apenas. Pero mi hija la sigue con el dedo mientras me cuenta que es una lástima que mi tripa esté rota porque a ella le hubiera gustado tanto estar ahí!
    Ya no duele y apenas la recuerdo en mi día a día. Aunque leyéndote estoy contigo porque hay días que vuelves al campo de batalla y pasas mucho más miedo del que pasaste entonces.
    Al igual que entonces sólo queda levantarse de nuevo y seguir andando. Y con una sonrisa. Sin mi panamericana mis hijos no serían mis hijos y yo no será la misma. Aprendí la lección y me gusto más ahora que antes. Y adoro comprarme biquinis!
    Ánimo, tu puedes!

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  3. Gracias a los dos. Estoy con Elena no queda más que seguir y eso es lo que hago pero hay momentos en que el miedo asoma la patita como en los cuentos. Ayer fue uno de esos dias.
    Precioso lo de "tu tripa rota".
    Amparo

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  4. Creo que simpatizo con la idea de tu jefe, aunque a veces cueste: mejor una fea cicatriz como símbolo de triunfo vital que una blanca calavera. Suerte y ánimo. Un abrazo.

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