miércoles, 10 de noviembre de 2010

ENCANTADORES

Últimamente mi confianza en la bondad de la naturaleza humana no está en su mejor momento. No es que crea que todo hijo de vecino es un asesino en serie, pero he tenido épocas mejores, la verdad. Casi a diario encuentro gente que se pelea en el centro de salud o en una calle atascada, por no hablar de  nuestros politicos o de esa gente enfurecida que inunda los programas de televisión. No me resulta nada alentador.
Así que el otro día muerta de aburrimiento en el metro, con mi voyeurismo habitual, decidí iniciar mi particular experimento sociológico. Escruté  el vagón buscando gente sonriente, me conformaba incluso con alguien que me transmitiera una sensación positiva sin necesidad de mostrar una sonrisa luminosa.
Al principio, reconozco que no ví a nadie, todo el mundo incluida yo, parecía un poco enfadado con el mundo, o por el madrugón o por su mujer, o por el jefe, o por la crisis o por las hemorroides, que no nos engañemos son de lo más molestas. Pero después de mucho fijarme descubrí a una mujer de mediana edad que cede su asiento a una madre joven con bebe y lo hace con una sonrisa cálida y cierra su libro y se zambulle en el vaivén que sacude el vagón y la sonrisa permanece estática sin borrase de su cara.
Bueno ya tengo una.
Salgo del metro y me dirijo hacia el ministerio de Hacienda completamente convencida de que no voy a ser capaz de localizar a un solo ser humano alegre en ese descomunal edificio. Pero el señor de seguridad al que pido información, me sonríe cercano y me acompaña hasta el cuarto piso. No doy crédito, no tiene porque hacerlo pero se toma la molestia y me comenta “que buen día hace hoy parece mentira que ya sea noviembre...” Y yo atónita me dejo guiar por los pasillos serpenteantes, completamente sorprendida ante esa conjura de gente encantadora que  ha comenzado a cruzarse por sorpresa en mi anodino día a día.
Ya llevamos dos.
Mi médica rellena las recetas del tratamiento y celebra emocionada lo bien que estoy, lo mucho que se alegra de verme así y me dedica una sonrisa entusiasta. Incluso por la tarde la cajera del supermercado que debe estar hasta el moño de deslizar productos ante el lector del código de barras, sonríe ante las gracias de mi hijo y se recrea y charla con él interesada, ajena a su maquina registradora ignorando la cola creciente de clientes que esperan tras de mí. Ya son cuatro.
Hasta Lucas el cartero se toma la molestia de decirme que no firme el certificado que me trae “ es una multa de trafico, si quieres pongo que no estabas en casa”.
Al cerrar la puerta soy yo la que sonríe. Definitivamente hay días con estrella, llenos de eslabones invisibles como los de una cadena. Será cuestión de observar, de mirar mejor como cuando buscas setas. Y me pego a ellos, esperando que sea contagioso, que se trate de una gripe sin fiebre o de una secta que me acepté entre sus devotos.

Siempre, hasta en los lugares más inverosímiles, hay reductos de buen rollo. Me voy a meditación.

2 comentarios:

  1. la verdad es que si.. hay que fijarse mas... y ver mas alla... ERES GENIAL... me fijare mas mientro camino por el mundo

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  2. me ha encantado! Ya tengo un buen proposito para hoy! Fijarme mas y no quedarme solo con las malas caras!!

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