Laboralmente es tiempo de mudanzas, después de dieciséis años en el maravilloso ático del centro, la jubilación de mi jefe supuso un punto de inflexión. Ahora tras unos meses provisionales, nos asentamos en tres oficinas con unas vistas maravillosas que saben a gloria. Hoy me dirigía allí para ultimar el traslado sumergida en un mix de Black Eyed Peas y Barry White, cuando en la parada del bus una señora de mediana edad me ha tirado del brazo.
He tardado una pizca reaccionar y quitarme los auriculares, mientras ella me espetaba: "¿Tu fumas? ¿Tú fumas? ¿Cuándo viene el 90? ¿Dime, dime, falta mucho?" Le he contestado que no fumaba y que el autobús llegaría en unos seis minutos, pero no ha parecido entenderme porque cada instante de esos seis minutos eternos ha vuelto a repetir las mismas preguntas. En apariencia era una mujer de mediana edad, corriente y moliente, bien vestida, arreglada, incluso pulcra, pero su mirada era átona, sin luz, muy honda. La he perdido de vista en el larguísimo autobús y cuando sonaba “You are the first, my last, my every thing” mi decorado ha virado hacia dos niños de unos nueve años y su cuidadora. El chaval preguntaba insistentemente porque no estaba Luisa, enfadado ha lanzado la mochila al suelo, su hermanita que tenía unos ojos dulces y tristes le pasaba la mano por el pelo y le susurraba “Tranquilo, tranquilo” Pero Pablo que así se llamaba el chico, no se calmaba e intentaba llamar la atención de los pasajeros con todo tipo de gestos y palabras. La niña continuaba serenándolo, diciéndole “así no, habla más bajo, te quiero y quiero que te portes mejor” era como una madre pequeñita que no soltaba su mano. Enternecedora, completamente.
Cuando han bajado del autobús no he podido dejar de pensar en que nuestros cerebros son como porcelana china. Hermosos y frágiles, muy frágiles. En apariencia somos un prodigio sorprendente, maquinas perfectas, llenas de talentos, humor, creatividad y afectos… pero la naturaleza o nuestro recorrido vital provocan desequilibrios, hendiduras en la armadura. Y todo se convierte en un cóctel denso donde psicólogos y psiquiatras intentan reorganizar los ingredientes, calmar, serenar, para intentar abordar el problema y cambiar el rumbo en lo posible.
Ojalá Pablo y la Sra. desconocida que debe abandonar el tabaco cuanto antes mejor, consigan encontrar la salida, ojalá tengan compañía y calor en el proceso y ojalá haya luz al final de sus túneles.
Para Isabel, experta reorganizadora de muchas cabecitas y para su futura nieta.
jueves, 4 de octubre de 2018
lunes, 16 de julio de 2018
VERANOS
El viento entre los chopos, el melón en la fuente, chicharras de fondo, el olor a calle recién regada, el silencio ardiente del medio día, los “panquemaos” con barritas de chocolate lingotín, el camisón de hace treinta años que redescubres cada verano como segunda piel. Los gritos de los críos, un tractor al fondo, la lotería del Sagrado Corazón que nunca toca pero y si…
El vino con gaseosa, la horchata de la tarde, el paseo de última hora, la torrecilla mudéjar frente a mi balcón, subir al “terrao” con una cerveza para reír o llorar según se tercie.
El “coge una chaqueta para la noche”, las bicicletas apoyadas en el patio, las plantas selváticas de la vecina cuando hay procesión, las cremas de sol, las verbenas con bombillas redondas y calimocho.
El caserón silencioso, las banderas de las fiestas de guardar tan desteñidas, como la vergüenza de quienes debieron mantener su brillo. El huerto centenario con su sombra y sus malas hierbas, deseoso de un riego como los de antes con acequia y balsa.
Besos de tornillo en lo oscuro, excursiones con almuerzo y cantimplora, doscientos libros dispuestos a ser el best seller de tu vida, las velas en sus palmatorias por si se va la luz, San Roque a hombros de los “quintos” avanzando a un ritmo desenfrenado, las piezas del dominó chocando sobre las mesas de raelite. Las puertas abiertas, los cohetes de caña, las campanas sonando cada hora.
El alguacil y su trompeta, el timbre de la puerta cuando te vienen a buscar, los fantasmas amigables del último tramo de escaleras. La lechera de metal, las colas de la carnicería, la perra Estela, jugar a las cocinitas en la puerta de la iglesia. El regaliz negro y los chicles Bazoka, llevar los jueves el arroz al horno de la panadería. Correr de un balcón a otro para ver a la banda de música, pescar en el río, bañarte en las pozas, trepar por las rocas “definitivamente, siempre has sido un chicote”
Coger moras, caracoles o tomates para conserva, sentir el calor de la leche recien ordeñada...
Podría seguir eternamente, la melancolía de las tardes de verano es lo que tiene.
viernes, 29 de junio de 2018
53 CENTÍMETROS
Hace ocho años escribí uno de mis relatos favoritos, es un pequeño texto de apenas un párrafo. Nada del otro mundo, 14 líneas desgranando la cotidianeidad de un crío de siete años.
Hablaba de sus juguetes, de los cromos, de la ropa diseminada o de su cuerpo desnudo por el calor. Recuerdo como una foto el momento en que esas palabras se encadenaron solas en mi cabeza. Siempre me ha gustado verle dormir, sobre todo en verano, y cada noche me asomaba silenciosa para disfrutar un rato en el batiburrillo de su habitación.
Entonces él era “caramelito” y su cuarto cambiaba como el decorado de un teatro, se leía a Zipi y Zape, a Moradelo o a 13 rue del Percebe. Los abrazos eran el pan nuestro de cada día no como ahora, que transitando la ingrata adolescencia, solo aparecen como fiestas de guardar.
Aquel cuentecito se titulaba 128 centímetros, la estatura exacta del pimpollo, lo escribí de madrugada frente al papelito de la farmacia que demostraba que crecía rápido y creo que feliz.
En los ocho años transcurridos, su cuerpo se ha estirado más de medio metro, estamos rozando los quince y aunque cada día llego con él al borde del parricidio, miento si no os digo que me siento profundamente orgullosa. Llamadme contradictoria, pero en estos casos entre el asesinato y la rendida adoración hay solo un paso diminuto.
Esos 53 centímetros han traído un cuerpo atlético, puertas cerradas y malos humores, pero también han llovido sobresalientes en plan tormenta tropical e implicación y curiosidad por cualquier causa social en la que le animo a participar.
Ahora se prepara para comerse el mundo en Bournemouth, inaugurando oficialmente la época de los descubrimientos.
Mientras preparo su ropa o los regalos para su anfitriona, se me escapan sin control esas incomodas lágrimas de película de sobremesa.
“Caramelito” ya no existe…ni puñetera falta que hace.
Te quiero Max, eres una de mis poquísimas certezas.
Feliz pre-cumpleaños.
Mamá
Hace ocho años escribí uno de mis relatos favoritos, es un pequeño texto de apenas un párrafo. Nada del otro mundo, 14 líneas desgranando la cotidianeidad de un crío de siete años.
Hablaba de sus juguetes, de los cromos, de la ropa diseminada o de su cuerpo desnudo por el calor. Recuerdo como una foto el momento en que esas palabras se encadenaron solas en mi cabeza. Siempre me ha gustado verle dormir, sobre todo en verano, y cada noche me asomaba silenciosa para disfrutar un rato en el batiburrillo de su habitación.
Entonces él era “caramelito” y su cuarto cambiaba como el decorado de un teatro, se leía a Zipi y Zape, a Moradelo o a 13 rue del Percebe. Los abrazos eran el pan nuestro de cada día no como ahora, que transitando la ingrata adolescencia, solo aparecen como fiestas de guardar.
Aquel cuentecito se titulaba 128 centímetros, la estatura exacta del pimpollo, lo escribí de madrugada frente al papelito de la farmacia que demostraba que crecía rápido y creo que feliz.
En los ocho años transcurridos, su cuerpo se ha estirado más de medio metro, estamos rozando los quince y aunque cada día llego con él al borde del parricidio, miento si no os digo que me siento profundamente orgullosa. Llamadme contradictoria, pero en estos casos entre el asesinato y la rendida adoración hay solo un paso diminuto.
Esos 53 centímetros han traído un cuerpo atlético, puertas cerradas y malos humores, pero también han llovido sobresalientes en plan tormenta tropical e implicación y curiosidad por cualquier causa social en la que le animo a participar.
Ahora se prepara para comerse el mundo en Bournemouth, inaugurando oficialmente la época de los descubrimientos.
Mientras preparo su ropa o los regalos para su anfitriona, se me escapan sin control esas incomodas lágrimas de película de sobremesa.
“Caramelito” ya no existe…ni puñetera falta que hace.
Te quiero Max, eres una de mis poquísimas certezas.
Feliz pre-cumpleaños.
Mamá
miércoles, 3 de enero de 2018
EN CUEROS
Anna Muzychuk y Cristina Pedroche comparten varias cosas, tienen casi la misma edad, son mujeres inteligentes, hermosas y ambas se han visto envueltas en todo tipo de comentarios por su vestimenta.
Anna campeona del mundo de ajedrez se ha negado a revalidar su título en Arabia Saudí. No le apetecía nada tener que esconderse debajo de esas túnicas, donde las mujeres árabes se camuflan en nombre de su religión y su machismo ancestral. Tampoco quería ser acompañada constantemente como si tuviera 5 años, no le apetecía dejar de ser ella, aunque eso la despojara del triunfo y del pastizal correspondiente. Anna valoró lo del “donde fueres haz lo que vieres” y no le salió a cuenta.
Cristina acabando la veintena es una mujer con desparpajo, salada que decía mi madre, y guapetona, lejos de la sutileza eslava de Anna, es más de bocadillo de calamares o pincho de tortilla, aunque su marido sea un chef con estrella Michelin. Aparenta ser risueña y divertida y me hace sonreír en las sobremesas de mantita con gato. A diferencia de Anna, acaba de embolsarse más de 200.000 euros, por desnudarse delante de millones de personas. No contó con mi presencia en las campanadas, así que agradecí perderme su speech feminista y libertario.
Cristina puede hacer lo que le venga en gana en beneficio de su cuenta corriente o de su ego, vestirse de lagarterana o de burbuja Freixenet, allá ella; pero irrita, y mucho, que una cadena de televisión repita hasta la saciedad, una estrategia tan deleznable.
Hace unos meses en su discurso de agradecimiento de los Globos de Oro Meryl Sreep reconvino a Donald Trump por hacer burla de los discapacitados, le dijo que él era el presidente y que millones de personas veían su comportamiento a diario, alguien con un cargo como el suyo no pude vejar a nadie, porque otros pueden pensar: “si el mismo presidente se mofa de ellos yo también”
Comprenderéis que yo estoy más con Anna la ajedrecista, será que me tira Ucrania y dejo los desnudos para la intimidad más estricta.
Mientras los ojos de nuestros hijos se acostumbran con naturalidad a ver a la Pedroche en bolas, el cadáver de una cría de 18 años aparece por fin en el fondo de un pozo.
Anna campeona del mundo de ajedrez se ha negado a revalidar su título en Arabia Saudí. No le apetecía nada tener que esconderse debajo de esas túnicas, donde las mujeres árabes se camuflan en nombre de su religión y su machismo ancestral. Tampoco quería ser acompañada constantemente como si tuviera 5 años, no le apetecía dejar de ser ella, aunque eso la despojara del triunfo y del pastizal correspondiente. Anna valoró lo del “donde fueres haz lo que vieres” y no le salió a cuenta.
Cristina acabando la veintena es una mujer con desparpajo, salada que decía mi madre, y guapetona, lejos de la sutileza eslava de Anna, es más de bocadillo de calamares o pincho de tortilla, aunque su marido sea un chef con estrella Michelin. Aparenta ser risueña y divertida y me hace sonreír en las sobremesas de mantita con gato. A diferencia de Anna, acaba de embolsarse más de 200.000 euros, por desnudarse delante de millones de personas. No contó con mi presencia en las campanadas, así que agradecí perderme su speech feminista y libertario.
Cristina puede hacer lo que le venga en gana en beneficio de su cuenta corriente o de su ego, vestirse de lagarterana o de burbuja Freixenet, allá ella; pero irrita, y mucho, que una cadena de televisión repita hasta la saciedad, una estrategia tan deleznable.
Hace unos meses en su discurso de agradecimiento de los Globos de Oro Meryl Sreep reconvino a Donald Trump por hacer burla de los discapacitados, le dijo que él era el presidente y que millones de personas veían su comportamiento a diario, alguien con un cargo como el suyo no pude vejar a nadie, porque otros pueden pensar: “si el mismo presidente se mofa de ellos yo también”
Comprenderéis que yo estoy más con Anna la ajedrecista, será que me tira Ucrania y dejo los desnudos para la intimidad más estricta.
Mientras los ojos de nuestros hijos se acostumbran con naturalidad a ver a la Pedroche en bolas, el cadáver de una cría de 18 años aparece por fin en el fondo de un pozo.
jueves, 28 de septiembre de 2017
LOS DE EN MEDIO
Hace años una persona de mi círculo en el fragor de una discusión me tildó de fascista. La verdad es que no recuerdo el comentario que provocó tan airada respuesta, igual se me fue la pinza y me atreví a negar el holocausto nazi, aunque no creo. Simplemente pensé diferente y cuando tenemos una idea en el tuétano, nos puede jorobar una barbaridad que nos lleven la contraria.
Últimamente se oye mucho la palabra fascista en boca de gente que ni siquiera eran personas, cuando Franco murió plácidamente en la cama. En aquellas fechas yo andaba en el colegio, acababa de quedarme huérfana y su muerte fue la primera alegría tras enterrar a mi padre. Con once años, una semana sin clase resultó un regalo inesperado.
Mi madre me explicó que Franco era un dictador, alguien que no toleraba que le llevaran la contraria pero a lo bestia. Me quedó claro que no le apenaba su muerte pero que sentía una doble incertidumbre, reinventarse en un periodo de transición. Con ella viví la emoción de las primeras elecciones, como celebró que se liberara a los últimos presos políticos “MarÍa Amparo nadie debe estar preso por sus ideas” “Las ideas no se frenan con la represión, si se crean mártires las ideas se hacen infinitamente más fuertes” Tuvo una mente abierta hasta el final y disfrutaba charlando de política.
Me gustaría saber qué pensaría ahora de que a Serrat también le llamen fascista, posiblemente me diría que cuando se juega con la gasolina de las emociones, se forman bolas de nieve imparables. Estaría hasta el pirri de que las noticias estén copadas por el procés y dejen de lado los sucesos. Donde haya un buen crimen pasional que se quiten las consultas identitarias.
También diría estoy segura, que Rajoy es una persona completamente incapaz, un pasapalabra. Tuvo la suerte de perderse a Puigdemont. Lo peor de cada casa. Diría que Cataluña no está soterrada bajo ningún yugo opresor, sino que simplemente la sensación de sentirse más y mejor, se les está yendo de las manos. Estaría cansada de las palabras altisonantes conque nos machacan esos próceres de la democracia que buscan arengar a cada parroquia, envolverla en banderas, enfrentarla y generar desconfianza.
Se reiría de Pujol and family, de que casi reivindiquen como propio a ese pedazo de ladrón (esto último con tono de Chiquito de la Calzada, por favor) "Es que es de casa y a los de casa aunque sean unos hijos de puta no se les menta"
Estaría horrorizada por toda la pantomima Berlanguiana que nos envuelve, por esta democracia de mentirijillas que hemos tenido maquillada durante años, por los señores de la CUP que son en el fondo tan de derechas, que hasta alquilan pisitos en el airb&b y critican a Machado. Andaría descojonada por los memes del wathsapp, y me preguntaría porqué el pato Donald aparece pintado en ese transatlántico (ella era más de Disney).
Estaría de acuerdo con Eduardo Mendoza, no hay tanto yugo cuando tenemos televisiones y medios de comunicación, manifestaciones día si y día también, embajadas y entrevistas por todo el orbe. Pero estaría conmigo en que voten, ella añadiría –por favor- y si se tienen que ir que se vayan ya, esto está resultando pesadísimo y ofensivo para propios y extraños.
“Es una batalla perdida María Amparo, porque el desamor no se reconduce”
Como decía Tolstoi en Ana Karenina, todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera. Porque eso somos España y Cataluña, en eso nos han convertido la maraña de errores mutuos, consecutivos y flagrantes.
Pero mamá era de los de en medio, de los que respetan diferencias, de los que no oprimen, ni miran distinto, de los que enarbolan solo la bandera que no perturbe al de enfrente, aquí o en la China. De esos españoles que son clavaditos a los catalanes, porque no hay casi nada nuevo bajo el sol.
Mamá no tenía el gen identitario, como tampoco tuvo el gen del rencor cuando los republicanos asesinaron a su padre en el 36. Yo gracias a Dios, tampoco.
lunes, 24 de julio de 2017
REDES SOCIALES
Los veranos de mi infancia acumulan miles de tardes en la calle. Los pueblos permiten pulsar la vida y la muerte, sin prácticamente moverte de casa. De pequeña adoraba sentarme con los mayores en la puerta, sacar mis juguetes y repartirlos sobre la acera, especialmente una fantástica cocinita con depósito de agua donde preparaba espaguetis imaginarios para mis amigas y cualquier vecino participativo que pasara por allí.
Las seis o siete mujeres que se sentaban a tomar el fresco diseccionaban el día. Las bodas, las rupturas sentimentales, todo encontraba su lugar en el tamiz de aquel grupo heterogéneo. Me crié entre procesiones y entierros, verbenas y meriendas, sin desplazarme más de 50 metros.
Aquella vinculación primaria, aquel descubrir un suceso importante por el repique de las campanas, ha mutado en el siglo XXI a la conexión en las redes sociales. Las tenemos para ligar, para enseñar los estupendísimos que resultamos viajando, divirtiéndonos, lo bien que vestimos, decoramos o escribimos, lo requetecultos y enjundiosos, lo leídos y lo amigos íntimos que parecemos de gente a la que no hemos visto más de tres tardes.
A mí me gusta participar, enseñar, cambiar impresiones y tener alguna buena discrepancia de vez en cuando, pero con el tiempo creo que voy a ir tomando distancia. Enseñar la patita demasiado no me acaba de interesar, será que voy cumpliendo años y no necesito fiscalizar ni mi vida ni la ajena, aunque imagino que el equilibrio está en no exponerse demasiado. Sin embargo reconozco que tienen cosas magnificas, generan opinión, te nutren de creatividad y permiten conocer realidades distintas que merecen un toque a arrebato desde el campanario más destacado.
Una de esas realidades era tan autentica, que consiguió atravesar la pantalla de mi ordenador y meterse dentro de mí. Vicente amigo de muchos amigos y estupendo artista, desplegaba su ingenio y creatividad con una cercanía sin filtros, narraba sus paseos con el perro descubriendo objetos peregrinos que arrancaban sonrisas con un punto socarrón y absurdo. Mostraba sus cuadros, su cercanía, su espíritu mediterráneo rodeado siempre de amigos entusiastas, “sus Kamaradas” con los que igual comía una paella que se vestía de lagarterana. Natural, afable y sentimental, parecía un Marqués de Bradomín residente en el distrito 8.
Entonces llegó ella.
Chus la chica jabalí, el amor definitivo, la mujer que le movió el suelo, alguien que desde el otro lado de la pantalla de mi ordenador, le quería con locura y con urgencia. Durante un tiempo fueron felices y comieron perdices, debió haber vino y rosas para dar y tomar. Pero la vida es un tango como decía mi madre y Vicente enfermó. Imagino la incertidumbre y el miedo que había detrás de aquellas publicaciones optimistas, donde se le veía cada vez más delgado pero manteniendo el tipo, sin dejarse vencer, plantando cara.
La chica jabalí no se movió un centímetro, acompañó aquella cuenta atrás separando la paja del grano, viviendo a la desesperada. Exprimiendo el amor y las lágrimas, conociendo que la batalla estaba perdida pero que allí no cabían banderas blancas.
Un buen día Vicente dejó de asomarse al balcón de facebook, llegó un silencio que a mí me hizo pensar, “ya está aquí el final” Pedí que dieran mi ánimo a la chica jabalí, me daba pudor acercarme, salir del otro lado del plasma (mi única similitud con Rajoy, no busquéis más) y dar la cara.
Si la hubiera tenido delante la hubiera abrazado fuerte fuerte, porque imagino el abismo insondable al que se asomó en aquel tiempo. Y le hubiera dicho de corazón que aquí estoy para lo que quiera. Su pérdida es como un balazo de cañón deja un agujero redondo e inabarcable.
Sin embargo, Chus saldrá de ese desgarro primero y espero que con el tiempo pueda alcanzar la certeza de que pese a la perdida, ser la chica jabalí no solo mereció la pena sino que fue el mayor de los privilegios. Los amores fetén son como la lotería, no le tocan a todo el mundo.
Esa es a la vez la única certeza y el único consuelo.
A los que han querido, a los fueron tocados por la mágica varita, a los que se quedan.
Las seis o siete mujeres que se sentaban a tomar el fresco diseccionaban el día. Las bodas, las rupturas sentimentales, todo encontraba su lugar en el tamiz de aquel grupo heterogéneo. Me crié entre procesiones y entierros, verbenas y meriendas, sin desplazarme más de 50 metros.
Aquella vinculación primaria, aquel descubrir un suceso importante por el repique de las campanas, ha mutado en el siglo XXI a la conexión en las redes sociales. Las tenemos para ligar, para enseñar los estupendísimos que resultamos viajando, divirtiéndonos, lo bien que vestimos, decoramos o escribimos, lo requetecultos y enjundiosos, lo leídos y lo amigos íntimos que parecemos de gente a la que no hemos visto más de tres tardes.
A mí me gusta participar, enseñar, cambiar impresiones y tener alguna buena discrepancia de vez en cuando, pero con el tiempo creo que voy a ir tomando distancia. Enseñar la patita demasiado no me acaba de interesar, será que voy cumpliendo años y no necesito fiscalizar ni mi vida ni la ajena, aunque imagino que el equilibrio está en no exponerse demasiado. Sin embargo reconozco que tienen cosas magnificas, generan opinión, te nutren de creatividad y permiten conocer realidades distintas que merecen un toque a arrebato desde el campanario más destacado.
Una de esas realidades era tan autentica, que consiguió atravesar la pantalla de mi ordenador y meterse dentro de mí. Vicente amigo de muchos amigos y estupendo artista, desplegaba su ingenio y creatividad con una cercanía sin filtros, narraba sus paseos con el perro descubriendo objetos peregrinos que arrancaban sonrisas con un punto socarrón y absurdo. Mostraba sus cuadros, su cercanía, su espíritu mediterráneo rodeado siempre de amigos entusiastas, “sus Kamaradas” con los que igual comía una paella que se vestía de lagarterana. Natural, afable y sentimental, parecía un Marqués de Bradomín residente en el distrito 8.
Entonces llegó ella.
Chus la chica jabalí, el amor definitivo, la mujer que le movió el suelo, alguien que desde el otro lado de la pantalla de mi ordenador, le quería con locura y con urgencia. Durante un tiempo fueron felices y comieron perdices, debió haber vino y rosas para dar y tomar. Pero la vida es un tango como decía mi madre y Vicente enfermó. Imagino la incertidumbre y el miedo que había detrás de aquellas publicaciones optimistas, donde se le veía cada vez más delgado pero manteniendo el tipo, sin dejarse vencer, plantando cara.
La chica jabalí no se movió un centímetro, acompañó aquella cuenta atrás separando la paja del grano, viviendo a la desesperada. Exprimiendo el amor y las lágrimas, conociendo que la batalla estaba perdida pero que allí no cabían banderas blancas.
Un buen día Vicente dejó de asomarse al balcón de facebook, llegó un silencio que a mí me hizo pensar, “ya está aquí el final” Pedí que dieran mi ánimo a la chica jabalí, me daba pudor acercarme, salir del otro lado del plasma (mi única similitud con Rajoy, no busquéis más) y dar la cara.
Si la hubiera tenido delante la hubiera abrazado fuerte fuerte, porque imagino el abismo insondable al que se asomó en aquel tiempo. Y le hubiera dicho de corazón que aquí estoy para lo que quiera. Su pérdida es como un balazo de cañón deja un agujero redondo e inabarcable.
Sin embargo, Chus saldrá de ese desgarro primero y espero que con el tiempo pueda alcanzar la certeza de que pese a la perdida, ser la chica jabalí no solo mereció la pena sino que fue el mayor de los privilegios. Los amores fetén son como la lotería, no le tocan a todo el mundo.
Esa es a la vez la única certeza y el único consuelo.
A los que han querido, a los fueron tocados por la mágica varita, a los que se quedan.
viernes, 14 de julio de 2017
CAN FLY
La foto que tenéis bajo este post la hizo la otra tarde Pancho Amat, un amigo fotógrafo. En realidad yo no debería haber posado. Le acompañé en calidad de estilista/escenógrafa de andar por casa/lo que se tercie, a una sesión fotográfica.
Nos esperaba un piso inmenso con suelos de mosaico, lleno de recovecos y silencio. Después de curiosear, no resultó difícil encontrar atrezo interesante. La casa se utiliza como estudio de pintura y los artistas siempre se rodean de objetos maravillosos.
En un cambio de vestuario de la verdadera protagonista, Pancho me hizo sentar en un sillón y mirar a la cámara. Y yo lo hice con la confianza de quien se siente a gusto.
Al enviarme la imagen descubrí que en el cuadro de atrás, un niño había garabateado dos palabras en plan coincidencia subliminal. PODER VOLAR.
¿Con cincuenta y tres recién soplados puedo realmente volar? Vendría bien quitarme siete u ocho kilos para soltar lastre, no rendirme con las manchas del sol que me inundan y olvidar ese dolor de pie tan antipático. Aceptablemente sana, lúcida y aún hambrienta de todo, claro que puedo volar me dije preparada a calentar motores.
He de volar pero rapidito hacia mi novela inacabada, hacia mis nutritivos amigos, he de atreverme a revolcarme entre palabras, cada deseo es una urgencia, me apunto el mantra.
Encontrarme en pleno vuelo con el hombre más bueno del mundo y pedirle que me arranque esas molestas capas de cebolla que la vida nos incorpora como chalecos salvavidas, que me redescubra, que aquí me tiene para lo que quiera. Y que si va corto de iniciativa yo le sorprendo, las cincuentonas voladoras no abundan, estamos en peligro de extinción y somos de lo más imaginativas, porque definitivamente no tenemos mucho que perder.
Volar a visitar jirafas, cebras, elefantes y ballenas Beluga, volar hacia ese punto mágico donde la cordillera de la adolescencia se convierte en suave colina, sobrevolar con mis gatos en una alfombra mágica la fábrica de Royal Canin y dejar que me laman eternamente la planta de los pies durante la siesta.
Hartarme en ese vuelo de sandias y plátanos que para algo son frutas con sonrisa, que me rio poco últimamente cago en diez. Invitar a volar a mis amigos en su encrucijada, porque desde el aire todo se ve mucho más clarito, estoy convencida.
Esto de ser volátil igual me ayude para solucionar males mayores, pero no quiero ilusionarme que luego no consigo nada y me da el bajón.
Volaría a las cataratas de Iguazú, a las Victoria, a Niagara, la fuerza del agua siempre me conmueve por lo que tiene de eternidad cíclica.
Cuando todo acabe, me gustaría aterrizar en un lugar con más miradas como la de Pancho, certeras y a los ojos. Miradas que te descubren que tú eres tú, que estás aquí, y que todavía por extraño que parezca, pese a la osteoporosis, eres capaz de echar a volar mientras te fotografían.
Nos esperaba un piso inmenso con suelos de mosaico, lleno de recovecos y silencio. Después de curiosear, no resultó difícil encontrar atrezo interesante. La casa se utiliza como estudio de pintura y los artistas siempre se rodean de objetos maravillosos.
En un cambio de vestuario de la verdadera protagonista, Pancho me hizo sentar en un sillón y mirar a la cámara. Y yo lo hice con la confianza de quien se siente a gusto.
Al enviarme la imagen descubrí que en el cuadro de atrás, un niño había garabateado dos palabras en plan coincidencia subliminal. PODER VOLAR.
¿Con cincuenta y tres recién soplados puedo realmente volar? Vendría bien quitarme siete u ocho kilos para soltar lastre, no rendirme con las manchas del sol que me inundan y olvidar ese dolor de pie tan antipático. Aceptablemente sana, lúcida y aún hambrienta de todo, claro que puedo volar me dije preparada a calentar motores.
He de volar pero rapidito hacia mi novela inacabada, hacia mis nutritivos amigos, he de atreverme a revolcarme entre palabras, cada deseo es una urgencia, me apunto el mantra.
Encontrarme en pleno vuelo con el hombre más bueno del mundo y pedirle que me arranque esas molestas capas de cebolla que la vida nos incorpora como chalecos salvavidas, que me redescubra, que aquí me tiene para lo que quiera. Y que si va corto de iniciativa yo le sorprendo, las cincuentonas voladoras no abundan, estamos en peligro de extinción y somos de lo más imaginativas, porque definitivamente no tenemos mucho que perder.
Volar a visitar jirafas, cebras, elefantes y ballenas Beluga, volar hacia ese punto mágico donde la cordillera de la adolescencia se convierte en suave colina, sobrevolar con mis gatos en una alfombra mágica la fábrica de Royal Canin y dejar que me laman eternamente la planta de los pies durante la siesta.
Hartarme en ese vuelo de sandias y plátanos que para algo son frutas con sonrisa, que me rio poco últimamente cago en diez. Invitar a volar a mis amigos en su encrucijada, porque desde el aire todo se ve mucho más clarito, estoy convencida.
Esto de ser volátil igual me ayude para solucionar males mayores, pero no quiero ilusionarme que luego no consigo nada y me da el bajón.
Volaría a las cataratas de Iguazú, a las Victoria, a Niagara, la fuerza del agua siempre me conmueve por lo que tiene de eternidad cíclica.
Cuando todo acabe, me gustaría aterrizar en un lugar con más miradas como la de Pancho, certeras y a los ojos. Miradas que te descubren que tú eres tú, que estás aquí, y que todavía por extraño que parezca, pese a la osteoporosis, eres capaz de echar a volar mientras te fotografían.
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