viernes, 28 de marzo de 2014

EL SITIO DE MI RECREO


En los patios de colegio hay de todo ya se sabe. Desde amores incipientes, que para eso se tienen las hormonas disparadas, hasta insultos o revolcones, pasando por interminables partidos de fútbol. Si eres gordo o llevas gafas, date por muerto y prepárate a no levantar cabeza como pronto hasta el bachillerato. Últimamente mi hijo que es un tarambana anda cabizbajo porque a veces le dicen nazi y ruso de mierda. De más está que le expliquemos que fueron los rusos entre otros quienes terminaron con el nazismo, la segunda guerra mundial no aparece en el currículo de quinto, así que por el momento, se la trae al fresco.
En ese caldo de cultivo a veces cruel y otras enternecedor, se van trabando historias, nacen amistades profundas, defensas propias de las historias de caballerías (porque si no eres quijote en primaria, tú me dirás cuando) y muchos pero que muchos amores apasionados.
Las niñas se llenan el pelo de cintas, gomas o diademas, estrenan brillo en los labios y ensayan ese truco cosmético eterno y barato, que se utiliza desde que el mundo es mundo. Sonrisa y golpe de melena.
Me imagino a Delaney una de las crías de la foto que os cuelgo abajo, enfrentándose a la hora del recreo con su cabeza calva por la quimio, a los cuchicheos por lo bajini “es que tiene cáncer” “se va a morir seguro” “hola bola de billar”. Duro ¿verdad?, tener que sentarse cansada en unos escalones a observar como sus compañeras, unas lolitas de doce años se comen la vida. Por no hablar de cómo debe sentirse cuando se cruce por el pasillo con ese guaperas de clase que la trae loca. Para cavar un túnel y no parar hasta llegar al fondo de la tierra. Sin embargo en esos patios de cole Delaney se codea con Karym una compañera algo más pequeña, que harta de verla llorar y con el permiso de sus padres, decidió raparse al cero y dejar su cabeza calva hasta que su amiga consiga recuperarse. Con dos ovarios. No se me ocurre un gesto más hermoso, solidario, empático, tierno… corto que me enrollo y lo de los cerros de Úbeda se queda en nada comparado conmigo.
Pero ete aquí que su escuela, en lugar de nombrar hoy 28 de Marzo día de Karym como mejor amiga del mundo mundial y sacarla en romería para ver si cunde el ejemplo, decide expulsarla una semana, por no ceñirse a la corrección estética y maneras propias del centro. Si mi hijo hubiera ido a esa escuela os aseguro que en solidaridad, le rapo la cabeza a él y me la rapo yo detrás, pero rapidito. Un par de días más tarde los jefes educativos de Colorado alertados por la prensa, le cantaron las cuarenta al director - que resultó más lerdo que el afable Sr. Skinner -, para que de inmediato readmitiera a Karym y a cualquier otra compañera que tuviera el valor y la empatía suficientes de compartir esa estupenda calvicie temporal.

Los patios de cole acogen millones de historias pero esta, no me negaréis, es de las mejores.

A Delaney por su lucha, a Karym por solidaria, y a sus padres que son de lo mejorcito.








lunes, 24 de marzo de 2014

FLORA Y FAUNA


Yo en otra vida fui medusa, estrella de mar o anemona, si me apuras igual tengo un profundo pasado como delfín. Pero lo que está completamente claro es que viví en el fondo del mar. Mi casa y mi vida están llenas de corales, caracolas o amonites. No los colecciono, son como imanes, me llaman desde la orilla o desde un escaparate y no soy capaz de resistirme. Entro, pago y corro a casa ansiosa, como esas señoras ludópatas de mediana edad que echan la tarde en el bingo, bueno igual pero más barato. Por cierto esta temporada tengo vetado pisar Zara Home, los diseñadores de Don Amancio se han propuesto finiquitar mi recortada nomina. Cuando paso cerca, cambio de acera para evitar la tentación, he hecho promesa de no pisar esa tienda hasta las rebajas de verano.

De mi pasado como molusco invertebrado no recuerdo nada, es una pena. Pero desde que tengo uso de razón estoy rodeada de caracolas. Ya las había en casa de mi tía Manuela, ella me las ofrecía con un “Mariam vamos a escuchar el mar” y a mí me parecía magia pura.

Soy devota visitante del oceanográfico, donde pasaría días, entre lápices y caballitos de mar. Me serenan y me ponen de buen humor. Yo haría como Lou Reed que cuando pasó por Valencia, exigió por contrato deambular en soledad por sus salas. Siete horas de reloj. Cuarenta minutos dedicados en exclusiva a la ballena beluga que sonríe con una dicha tal que dan ganas de acunarla entre los brazos.

A la playa por si las moscas, llevo siempre bolsos grandes y recorro las rocas arriba y abajo como los niños, en busca de tesoros. Del mar conozco muchas cosas pero tengo un sueño imposible, como lo de trabajar en Las Vegas de ayudante de mago famoso. A primera hora de la mañana recorro la orilla y encuentro una botella varada en la arena, me acerco y compruebo que dentro hay un mensaje. No es el plano de un tesoro, ni la carta de amor de un capitán pirata, simplemente son unas palabras importantes que estoy deseando recibir.

La semana pasada pinté mi casa. Hubo que doblar cortinas, vaciar estanterías repletas de libros y descolgar cuadros. Pronto todo estuvo luminoso y con ese olor a pintura que parece el aroma de los coches nuevos, un perfume que se desvanece en cuanto el día a día se hace de nuevo con el timón.

En la trasera de uno de los cuadros, olvidado y agazapado, encontré mi mensaje.

Estoy convencida que ha atravesado nubes de primavera, cerezos japoneses o en mi honor, barreras de coral.