martes, 7 de enero de 2014

FE DE BAUTISMO

Al nacer a cada uno nos espera un nombre y estrenamos así nuestra primera etiqueta.
Los hay rimbombantes que suenan regios, otros como César o Máximo recuerdan a Roma y es cerrar los ojos y verte en el coliseo con el pulgar hacia abajo echando una tarde de domingo. También los tenemos en plan libertador, léase Arturo sin ir más lejos. Me chiflan los de galán de novela antigua, un Fernando Luís o un Nicolás Carlos no tienen precio.
Aunque los prefiero cortos y sencillos, en esto ya se sabe, no podemos elegir. Muchos repetimos el de padres y madres o el de alguna tía solitaria a la que le hacía ilusión, pero yo quiero novedad, no me gusta el reciclaje nominal. Nada de Juana como la madre y la abuela, donde esté una buena Palmira que se quite una Manolita de tercera generación.
Gracias a Dios lo del santo del día pasó a la historia, era una ruleta rusa de Indalecios, Obdulias y Hermenegildos. Pero en Hollywood ahora mismito, las pilas bautismales se llenan de Apples, North West y Sunday Roses, así sin pestañear, con dos cojones, miedo me dan los divanes de los psicoanalistas dentro de quince años. Esos padres no reparan en los patios de colegio, ni en la tecnología, que en internet hay mucha guasa y luego todo son whatsapps poniéndote a caer de un burro.
A veces parece que te salvas, das gracias por un Carmen, Pilar o Teresa, comprendes y asumes que nunca serás Alejandra, Martina o Claudia, pero entonces llega el apodo familiar y te finiquita. Si eres la última te enchufan un “peque” o un “chiqui” y ahí te quedas clavada hasta los cincuenta sin posibilidad de escapatoria.
Yo fui “pepinillo” durante toda mi infancia y juventud, pese a eso mantengo trato con mi madre y soy báculo de su vejez. Confieso en la intimidad que conozco a algún “Roscón” y a dos “Cuquis”.
Después de ser Marian o Miriam, cuando abandoné el nido me quedé con Amparo. Me acostumbré, por corto y práctico. Parece que estoy hablando de una gabardina, pero es que es un nombre sin rastro de sonoridad o romanticismo. Una Ofelia, una Beatriz, una Laura, ¡Ay quien las pillara!…
Aún así no me ha ido mal. Soy lo que se espera de una Amparo. Aparentemente sencilla y organizada, sobrevivo bien en las medias tintas. Ideal para defenderme en la mediocridad que nos toca vivir. Aunque os confesaré un secreto, mis abuelas se llamaban Basilisa y Luisa Leonor, así que aun tengo fuerzas para abandonar mi letargo.


Para “Topitos” la inolvidable.