jueves, 31 de octubre de 2013

PIMIENTOS VERDES FRITOS

Los días en que no oigo el despertador son un horror. El café corriendo no me gusta, marcharme sin una ducha menos y no te cuento los gritos de sargento de hierro que salen de mi garganta. Porque si yo me duermo, inexorablemente, mi hijo entra en un mundo de equilibrio zen que le impide correr, lavarse la cara, desayunar o escoger la coordinación de vestuario. Medita con la mirada en un punto fijo y no lo saco de su levitación, ni con una colleja a lo Amparo Baró.

Mientras decido que me pongo, me lo plancho, me visto, busco los zapatos, me asomo al balcón a ver si por fin hace frio (a este paso el calentamiento global nos va a dejar pasar las navidades en tanga), corro al café que bulle, escucho en la radio que Chaves se aparece en el metro de Caracas, intento sonreír pero como el día está torcido me sale un rictus confuso. Yo si tuviera que ser fantasma, me veo más en una playa de los Roques o en la de Ipanema, con un buen culo brasileño en todo lo alto. Quien sabe después de muerta igual la cirugía es gratis o de verdad existen los milagros.

No encuentro medias sanas, ni zapato bajo, entre taconazo o sandalia me pillo estas últimas. La cago fijo y me topo de bruces con el primer catarro de la temporada, hay inauguraciones inevitables. Me peino como puedo, me pinto el ojo negro que me sale un poco víctima de violencia de genero y cojo el bolso. Al abrirlo, descubro con terror un kilo de pimientos verdes de freír que compré ayer a última hora. De poco me presento con ellos en el despacho y tengo reunión a primera hora.

Le doy la comida a la gata, me tropiezo con ella, le grito a mi hijo que hoy toca fruta y hay que comprar dos plátanos en el mercado (considero la posibilidad de que se coma los pimientos en una nueva versión de los jueves día de la fruta/verdura). Soy una madre desnaturalizada y pelín innovadora, lo sé.

En el ascensor respiro hondo con la barriga, intento recomponerme, recuperar la compostura. Como si supiera que esta no es mi vida, que es solo hoy, que yo soy una tía serena, equilibrada y controladora que no lleva pimientos en el bolso.

Cuando llego a la planta baja se rompe el hechizo, suspiro y me digo a mi misma: “entre una apariencia de cordura como la tuya y la locura más absoluta solo hay un paso. Como del amor al odio”.

Y ahí estamos en el filo de la navaja.

Me voy corriendo a comprar propoleo, tengo las cuerdas vocales hechas un asco y esta noche para cenar un pisto que me queda riquísimo.

domingo, 20 de octubre de 2013

VIDAS



ALICIA

Siempre ha sido un saco de huesos. Flaca como un espárrago, su madre lo intentó todo. Desde vitaminas de última generación a veranos en el pueblo, pero treinta y cinco años después sigue enfundada en una enjuta talla 34, como una eterna adolescente desganada.
Mentalmente repasa si todo está correcto antes de bajar la persiana por última vez. El negocio no ha ido bien. Su buen gusto con la bisutería ha sido arrasado por el tsunami de la realidad y ahora debe reinventarse en otra parte. Tiene todo listo. Una maleta con ropa de invierno severo, su portátil con el skype debidamente preparado, el móvil… las herramientas de una nueva vida como exiliada inesperada. Deja tanto atrás que su voz desde hace días se ha vuelto un susurro. Su hijo pequeño, su marido en la encrucijada… Pero es como los juncos, parecen frágiles aunque rara vez terminan de romperse. "Todo está bien" apaga las luces y da una última mirada. Se pone el abrigo despacio, como si fuera prestado, sin reconocerse, parece que su destino no fuera con ella. Ojalá su inglés fluido hablado y escrito baste, ojalá no sea para siempre.

AURORA

El martes 22 aparece redondeado y señalado en rojo, ÚLTIMO GOTERO. Suena bien. Muy bien. Como esa luz cuando dejas atrás un túnel largo. O la caída final de una gran montaña rusa. Mirando el calendario repasa la travesía del desierto mes a mes, con una media sonrisa. Se recoloca el turbante. Una seña de identidad. La tarjeta de visita, su arma para encontrar asiento en el bus o colarse en el supermercado. “Pase Vd. delante señora” “Es más caro, pero le voy a hacer un descuento”. Un pasaporte a la cordialidad ajena. Se acerca la hora de decirle adiós, de cerrar el paréntesis. Hay que echarle humor, quien sabe quizá al final, no termine tirándolo a la basura.

ANA

Vestirse de novia te da subidón. Será la alegría, el blanco que favorece o esa ampolla mágica que su peluquera le ha puesto en la cara. Pero está resplandeciente como si se hubiese tragado las luces del árbol de navidad. Hay momentos en que la vida es dulce como un buen melón. Días donde todo se estrena, donde la comisura de los labios está perpetuamente inclinada hacia arriba. Vivirlos segundo a segundo es un milagro. Se sumergió en la dicha saboreándola. Cerró los ojos despacio y dejó que se los maquillaran ligeramente de azul.

ALEJANDRA

Se relaja abriéndose de piernas. No penséis mal, es bailarina. Nunca paró quieta y como es tenaz y tiene talento, lo consiguió. A los dieciséis unió su vida a maletas errantes y aviones. Olvidó el miedo en casa de sus padres y si alguna vez por error abre el cajón donde se agazapa, lo cierra con un golpe seco. Ha caído y se ha levantado. Es lista y fuerte. Actúa en anuncios, da clases, se busca la vida. Tiene amigos por todos lados que brindan casa y cenas de vino y pan crujiente. Porque mañana hay una nueva cita, adelante siempre adelante.

ANGELA

El orfidal preside su mesilla de noche. Gramo y medio al acostarse. Hay secretos que quitan el sueño. Que te pudren por dentro. Si la vida permitiera retroceder, ella no volvería a mentir. En aquella época no se daban explicaciones. “Si no sabe que es adoptado mejor”, “si no se entera no sufre”. “Así no hay búsquedas incómodas, ni preguntas, todo es más sencillo”. Y así fue. No quiso saber de donde salió aquel bebé sonrosado de ojos verdes.
Treinta años después el hijo perfecto nunca ha sospechado nada.
El problema es que ella ahora, no puede dormir.

sábado, 19 de octubre de 2013

Súper

En casa hemos pasado lo que se dice un verano de mierda. Con perdidas difíciles de asumir, que sobrellevamos como podemos y a ratos. Las malas rachas es lo que tienen, a veces llegan y se instalan para una larga temporada.
Me propuse hacer todo lo posible para que el otoño renovara las energías. Así que hasta hace unos días, estudiaba tutoriales de feng shui, a marchas forzadas. Que si espejos en la entrada para absorber positividad, peces y corrientes de agua fluyendo (esto último sale carísimo porque dejar el grifo abierto, tú me dirás), que si los muebles mirando al sur, para esto me fue completamente necesario, el kit excursionista de mi hijo con brújula profesional, porque yo para los puntos cardinales soy un completo desastre.
Una vez acepté que las filosofías orientales no son lo mío, me centré en comprar ambientadores naturales y ventilar mucho la casa, pero teniendo tres obras al unísono rodeándola, acabó pareciéndome una idea francamente mejorable. Estaba muerta de tanto quitar el polvo, la lavanda del ambientador me daba dolor de cabeza y fluir aquello, tampoco fluía mucho, la verdad. Cerré balcones, le di el incienso a la vecina hippie del segundo y seguí dándole vueltas a la dichosa renovación otoñal.
El paso siguiente fue redecorar, sin dinero, obviamente. De pintar no hablemos que tengo la espalda hecha un asco, compré letras de madera, escribí textos en la pared, cambié de sitio los cuadros. Recogí algún trasto de un contenedor de barrio postinero, donde se encuentran maravillas y rogué con todas mis fuerzas, a las energías de Fabiana (mi suegra) y Marisa, que me echaran una mano.
Dicho y hecho.
El sábado pasado encontramos un gatito medio muerto bajo el guardabarros de un coche. Me he pasado la semana dándole de comer y de beber con jeringuillas. Estimulándole el ano (nunca te acostarás sin saber una cosa más), aplaudiéndole cuando consigue hacer caca, celebrando que la tape como un gato educado de buena familia y escuchando las carcajadas de mi hijo al correr por el pasillo.
Pero sobre todo, viendo la media sonrisa perdida de mi marido, al descubrir que una diminuta bola de pelo (todavía ignoramos si macho o hembra), ha dormido de un tirón dentro de una de sus zapatillas.
Que ganas tenía de volver a verla. Porque a veces cuando la sonrisa se pierde, no es sencilla de recuperar, os lo dice una completa experta.
Por si acaso yo ya he comprado la S de SUPER, me da que va a ser chicote y se va a quedar por mucho tiempo.