miércoles, 25 de julio de 2012

LO PROMETIDO ES DEUDA

Yo soy muy de series.

Desde mis inicios con “Falcon Crest”, he sido devota seguidora de “Cheers”, con aquel antológico Sam Malone, intentando beneficiarse a todo lo que se menea. De “Fraiser”, donde mi favorito, era con diferencia Niles, el hermano puntilloso. O “Seinfeld” una de mis debilidades, porque todos absolutamente todos, estaban chiflados y eso convendréis conmigo, los hacía muy cercanos a nuestras propias miserias.
También he sido fan entregada de “Friends”“Los Simpson” y “Los Soprano”, redondas y magnificas las tres. Incluso confesaré sin vergüenza que me enganché durante meses a “Beti la fea” un culebrón colombiano, que seguimos mi marido y yo hasta el final, con algunas lagrimillas incluidas. Ya veis, versátil que es una.
Ahora me manejo con “Modern Family” o “Parenthood” y me dejo muchas en el tintero, como los inicios de “CSI” con aquel investigador negro de toma pan y moja o “House” que para ser de médicos y tener por prota a un psicópata de andar por casa, también me molaba.
La que nunca seguí demasiado fue “Sexo en Nueva York”. No era que no me gustase, pero no me atrapaba. Me la encontraba de madrugada en alguna noche de insomnio y se dejaba ver, pero conquistarme, nunca me conquistó. Si la traigo hoy y la mezclo con el top ten de mi entretenimiento, es por una escena que clavé la otra tarde, en una boutique de alto copete.
Imaginad: Carrie Bradshaw se va a Paris siguiendo a su noviete, cosa comprensible porque el chulazo en cuestión era Mijail Barishnikov. Ya me estoy dispersando peligrosamente. Perdón me reconduzco.
La buena de Carrie en Paris, más sola que la una. ¿Qué va a hacer la pobre muchacha? Para que va a dejarse caer por el Museo de Orsay, ¿que se le ha perdido a ella entre Monets y Pissarros? Rien de rien. Así que a los trapitos que es lo suyo. Y ahí la tienes, haciendo una entrada triunfal en la tienda Chanel de la Avenue Montaigne, toda fina ella. Pero con tan mala fortuna que debido a la lluvia se mete un piñazo brutal. Doña Coco aun se está revolviendo en su tumba. Porque hay caídas o tropezones que puedes camuflar o disimular, recomponer con rapidez, pero hay otros, que definitivamente no tienen arreglo.

El mío como el de Carrie, fue de estos últimos.

Ya os conté en el post anterior, dedicado con todo mi cariño, a esa prócer de la democracia española Andrea Fabra, que no me gustan las tiendas lujosas. En primer lugar, por lo caras y en segundo por la soledad inquietante que me trasmiten. Todo pulcro y ordenado por colores, las luces, la amplitud, la señorita con la mirada perdida en el infinito, más aburrida que una seta. Todas se parecen. Y aunque lo mío es más el bullicio de Zara, la otra tarde me encontré mona y en un arrebato de autoestima, me introduje en una. He de advertir que había bebido un par de tintos de verano, lo que ayudó bastante a que me viniera arriba.
Tenían una ropa preciosa la verdad, de esa que te pones encima y de inmediato te transforma como si fueras Cenicienta y tuvieras un hada personal shooper. Pero ni hipotecándome para tres meses podía comprarme algo. El problema era que no quería que se notase con tanta rapidez que estoy sin blanca. Quería poder largarme de allí con una cierta dignidad, como que no compraba nada porque no quería, no porque fuera pobre de solemnidad. Así que fingiendo una soltura producto de los vinitos anteriores, me dirigí hacía la zona de calzado. Me chiflan los zapatos, cuanto más tacón mejor, aunque no pueda andar con ellos, son como un imán, necesito probármelos. Pues dicho y hecho, me puse unas antológicas sandalias de plataforma  color verde pistacho y llena de gracia y donaire empecé a andar.
Os confesaré que crucé un poco las piernas en plan top model – que no se yo como no se parten la crisma – y no tardé ni tres zancadas en meterme un tortazo que ríete tú de la buena de Carrie. Toda larga en el suelo con la imagen del rey y el elefante en mi memoria, sentí un sudor frio. Me recompuse como pude. Cojeando eso sí. Gracias al cielo la vendedora no se sorprendió demasiado, más que nada porque el botox de la cara no se lo permitía.
Así que como Dios me dio a entender, me quité los zapatos, huí sin rumbo conocido y cuando pude volví a casa en una calabaza.
Pasé por el parque donde mi madre y sus amigas toman el fresco cada tarde y les conté el suceso. Se estuvieron riendo y cuando ya me iba, una voz familiar me gritó:

“Nena a tus años, zapatito bajo, que los huesos ya no están para muchas alegrías”.

Cuanta sabiduría, vive Dios.



viernes, 13 de julio de 2012

HOY NO HAY HUMOR

Hoy viernes tocaría algo relajadito, como contaros el leñazo que me metí hace un par de días cuando se me ocurrió encaramarme a unos taconazos de impresión. Además y para más inri en una tienda súper pija. Una que es audaz. Me vengo arriba por las rebajas y termino atreviéndome con todo. Evidentemente salí por patas (doloridas) después del tortazo, para nunca más volver. Porque las tiendas pijas además de precios prohibitivos, tienen una soledad inquietante que me pone muy nerviosa. Un poco en plan el hotel del Resplandor. Lo mío es el bullicio de Zara o Mango. Si no me dan un par de codazos y me quitan una camiseta, como que no me encuentro.
Quizá hoy debería detallar ese leñazo, esa rotura de cadera sin cacería de elefantes que se me vino a la mente. Con el humor blanco y dicharachero que me caracteriza. Pero va a ser que no. Que no puedo. De ninguna de las maneras. Estoy demasiado enfadada.
Y mi enfado ya se ha convertido en algo cotidiano, que llevo unido a mí como la hiedra, en plan falda de licra. Igual que vosotros seguramente. Enfado, tristeza, hastío, indignación, estupor… podría enumerar tantas emociones. Ese estado de ánimo, que se ha vuelto como un uniforme de cole y se ha instalado en nuestras vidas, hay momentos en que revienta, como le pasaba al increíble Hulk con las costuras de sus camisas.
A mí, eso me paso anoche, cuando con estos ojitos vi a una diputada del PP arengar a su líder. Y lo hacía  con esa altanería de los que se creen más allá del bien y del mal.
 Hija de su padre, un politico valenciano especialista en ganar el gordo de navidad entre otras lindezas, apoyaba a Rajoy exactamente, cuando tenía a bien reducir el porcentaje de la ayuda a los desempleados  para potenciar la búsqueda de trabajo.
Y de sus labios de fresa, salía la exquisita frase “Que se jodan”. ¿Que se joda quien, señora? ¿Los parados? ¿El Psoe? ¿Su puta madre? Perdonad pero como con el taconazo, me vengo arriba y me sale la ordinariez, que para relajarme me resulta bastante más económico que un spa.
En la vida, hay momentos en que las formas son completamente imprescindibles, aunque lamentablemente gran parte de los politicos olvidaron la decencia hace mucho. La decencia, la prudencia, la verdad, el servicio público. Se volvieron gregarios de sus intereses y si tuvieron algún tipo de ética o principio, hace decenios que terminó durmiendo en un desván. Sabéis que me pasa, que yo pudo comprender que se recorten muchos gastos, pero no soporto a esa señora diciendo que se jodan. Es intolerable. Me parece INMORAL. Completamente.
Si llego a estar allí le pego una bofetada antologica, esa chulería saca lo peor de mi, mi tuétano, mis principios vitales.
Me volvería como Mr. Scrunch y le diría “Ale bonita, vamos a recorrer el fantasma de las navidades pasadas” y me la llevaría a los comedores sociales, a las colas frente a las parroquias, a casa de mi amiga Mar, malabarista profesional donde las haya, a que vea lo poco incentivados que están los parados españoles. Efectivamente hay que joderse, pero bien jodido.
Hace justo quince años eta asesinó a Miguel Ángel Blanco. Recuerdo aquellas horas angustiosas y como Gomaespuma hizo su programa, sin un solo gag, sin chistes, sin historias ni parodias. Como autómatas, con voz atona se limitaron a leer sus guiones.

Definitivamente en la vida hay cosas, donde no cabe el humor.


Completamente dedicado a todos los maquilladores profesionales de la pobreza, que en este jodido país cada día somos más.

miércoles, 4 de julio de 2012

NINE

Seis pantalones, seis camisetas, seis calzoncillos, seis pares de calcetines, loción anti mosquitos, protector solar, linterna, un pijama, un juego de sábanas, gafas de sol, una gorra, dos toallas, chanclas de baño, una cantimplora, un neceser completo, un bañador y dos pares de zapatillas. Todo debidamente identificado con su nombre completo M. G. LL. y edad: 9 años.

Nueve ya, casi casi. Llenos de Legos, inquietud, Fineas y Ferb, risas muchas risas, de pelo dorado y mejillas rojas de sol, de parques acuáticos y montañas rusas, de impulsividad y besos.

Nueve años de comerse el mundo, de enfadarse, de imitar el “moon walk” de Michael Jackson, de escaqueos a la hora de hacer los deberes, de paseos en bici. De estirarse flaco como un junco, de decirle diviértete y pórtate bien a cada rato, de ser estricta e injusta a veces, de acertar otras, de quererle siempre.

Nueve años que cumplirá aprendiendo a ser titiritero en un circo, esa palabra odiada por algunos políticos, que a mí sin embargo, me parece tan hermosa. Nueve años que traerán nuevos desafíos, como el preguntar a menudo porque sus padres bilógicos le abandonaron. Tiempos de intentar adoptar a cuanto gato sin dueño se cruza en nuestro camino, porque “son como yo mamá y necesitan una familia y un hogar”.

Cada vez más piezas en su puzle.
Nueve años ya, intensos siempre y también felices.