jueves, 16 de junio de 2011

DIFERENCIAS

Lirios cumple ocho años en primavera. Tiene el pelo rojizo y los ojos claros, cada verano las mejillas y la punta de la nariz se le inundan de pequeñas pecas, formando una especie de sarampión diminuto. Es alta y flaca y valiente y sincera y le encantan las estrellas y saberse de carrerilla los huesos del cuerpo humano. No tiene demasiadas amigas, porque es intensa y se gasta un mal humor tremendo y le cuesta sentarse quieta en el pupitre. De vez en cuando necesita moverse mucho y gritar y balancearse. Se le dan bien las mates y tiene una memoria prodigiosa, pero cuando la profe habla, ella la ve como en una película de cine mudo, se le escapan las palabras.
Pero lo que realmente chifla a Lirios es cantar, su madre se armó de valor y la presentó a las pruebas de una coral infantil completamente convencida de que cortésmente le impedirían entrar. Su espalda está surcada de desengaños previos. Academias de danza o amigas de toda la vida pasando por piscinas climatizadas y salas de teatro, han tenido a bien expulsar a Lirios de sus espacios o vidas sin demasiados remilgos, con un “Hay lo sentimos tanto pero no da el perfil, además otras mamás se quejan” o “es que esta niña tuya tan movida no se parece para nada a los míos”. Por lo que le produjo una inyección de ánimo que la coral la admitiera, aunque la arrinconara discretamente en la última fila, “da igual” pensó “es un principio”.
Porque Laura pilota la vida de Lirios intentando ser esa madre perfecta que todas llevamos dentro, nunca olvida una excursión, ni uno de esos escasos cumpleaños a los que resulta invitada, siempre animosa y positiva torea rabietas y convulsiones sin rendirse. Cuando estalla una tormenta de llantos, tiene comprobado que lo mejor es cepillar su maravilloso pelo ondulado una y otra vez siempre al mismo ritmo y enseñarle despacito a respirar con la barriga como hacen todas y cada una de las princesas Disney.
Y la rodea de música y de niños y la lleva y la trae del neurólogo al logopeda, en medio de una carrera en busca de esa soñada “normalidad” que siempre se le escapa entre los dedos. Conduce recogiendo familiares para que la vean actuar, porque está completamente convencida que sentirse bueno en algo ayuda a encarar mejor la vida.
Con tanta actividad se olvidó de si misma, perdió algunas amigas, las menos buenas, descuidó aquel look sofisticado que tanto le gustaba y ahora anda en vaqueros y zapatillas las 24 horas. Guardó la risa y el desenfado en cualquier cajón. Pero se apuntó a clases de bailes de salón intentando no ser devorada por la amargura. No puede permitirse el lujo de perder la lucidez.
Y fue lista, porque desde el principio aceptó a Lirios como si fuera un árbol, los árboles no cambian, se les quiere como son, por su altura, sus frutos o su sombra en el verano. Nadie quiere que un manzano mute de repente a cerezo japonés.
Incansable estudia cuanta nueva terapia le ofrece posibilidades y los médicos y enfermeras de neurología pediátrica nunca olvidan invitarla a sus cenas de navidad, porque casi es uno más.
Flaqueando alguna vez, pero sin rendirse.
La otra tarde en el patio de butacas de un teatro las conocí, la coral infantil cantaba el tema de “La vida es bella”, cuando los niños corrían a la derecha, aquella niña inevitablemente lo hacía a la izquierda, una niña que comenzó a rascarse la cabeza como si doscientos millones de piojos la hubieran invadido por sorpresa. Que se quitaba la diadema, se la ponía, se echaba el pelo a la cara o lo tiraba hacia atrás. Me conquistó. Completamente.
Lirios es un cisne, ella aun no lo sabe, pero lo es.

A los diferentes, a sus padres y madres.

jueves, 9 de junio de 2011

AGUA DE BORRAJAS

Hace un par de post os hablaba de un tapón de madera con forma de espiral. Un tapón que de vez en cuando me cierra la creatividad. Como un grifo que gotea, porque siempre, tarde o temprano, vuelvo a sentarme frente a la pantalla con alguna historia pendiente.
Los autores de verdad los llaman parones creativos y como tienen bolsillos menos paupérrimos que los míos, se dan un homenaje a modo de viaje o retiro espiritual, que les despeja de la vida cotidiana y como los yogures con bifidus, les renueva por dentro.
Rellenar la imaginación siendo presidenta de comunidad en un edificio con termitas o madre trabajadora in and out, es sensiblemente más complicado. Más todavía cuando hay resultados médicos de por medio, entonces inevitablemente termino convertida en un cruce entre la Jo de “Mujercitas” y el increíble “Hulk”.
Me ayudan las noches de insomnio o las caminatas de vuelta del despacho o incluso las clases de yoga donde como soy bastante patosa no consigo desconectar.
En ese ir y venir hay un montón de historias que quedan a medias como naufragas en una isla, porque no se terminan, pequeños esbozos en la carpeta de escritos que preside mi ordenador. Yo suelo escribir del tirón y esos bosquejos terminan aparcados porque difícilmente, como persona impulsiva, vuelvo a reparar en ellos.
Anoche decidí quitar las telarañas a algunas de esas historias y me encontré curiosidades como cuando Elena Bonham Carter descubrió que limpiar su casa, era mucho más tranquilizador para su espíritu, que años de terapia con un psicoanalista. Y a mí no se me ocurrió otra, que imaginar un cuento, sobre una reunión secreta entre su ama de llaves y su terapeuta, para convertirse en aliados y quitarle de la cabeza lo de sacar brillo a la plata.
Encontré también un titulo maravilloso “27 maneras diferentes de descubrir un geranio” donde la completa protagonista es Fabiana mi suegra, que lleva años perdida en los vericuetos del Alzheimer, pero aún de vez en cuando, consigue disipar la niebla de su cerebro y te pasma con una lucidez momentánea a prueba de bomba.
En otro hablaba de Doña Concha una vecina anciana del edificio donde trabajo, con la que compartí -por azares del destino- (nunca había utilizado está expresión por lo cursi, pero es que le viene al pelo) el hecho más traumático de su vida. Desde entonces somos medio amigas y me conquistan su elegancia aparente para encajar los grandes golpes y una cierta ilusión de quinceañera, algo completamente milagroso cuando se rebasan los ochenta.
Había también un recopilatorio de las excusas infantiles ante una tarde de deberes. Desde “mamá me ha picado un mosquito venenoso y no me encuentro nada bien” a “mamá me duele la barriga y estoy devolviendo sólidos” pasando por los más clásicos “tengo hambre, pis, caca, mocos, fiebre, no encuentro el lápiz…”
Incluso uno de anoche mismo, sobre el escaso estilo del príncipe Felipe al dialogar con una ciudadana, pese a esa esmerada educación de Georgetown que hemos tenido a bien pagarle entre todos. Hablando de la importancia de las formas y de esos resbalones que cometemos por exceso de seguridad, cuando menos te lo esperas.
Así que he decidido que seáis vosotros quienes elijáis que historieta queréis que termine. En plan “ninot indultat”, la recuperaré de la papelera de reciclaje y me servirá de terapia. Como si fuera un concurso.
Espero vuestras votaciones.
Con razón mi padre siempre me llamaba cabecita loca.