martes, 10 de mayo de 2011

NO TIENE MIS OJOS, NI PUÑETERA FALTA QUE HACE

Tengo millones de cuadros favoritos, pero hay uno que me chifla con diferencia, el retrato del Infante Felipe Prospero. Una pintura de Velazquez que refleja a un crio de unos cuatro años.

Descubrí ese cuadro en COU, buscando en la biblioteca cuando preparaba un trabajo sobre los retratos infantiles en la pintura española. Entonces no existía Internet, (que vieja soy “oh dios mio” - esto hay que leerlo con el tonillo de Janice la novia coñazo de Chandler en Friends -) y encontrarlo fue un completo flechazo.

No se que me hechiza especialmente, quizá la ternura de la expresión, la piel pálida de niño enfermizo, ese vestidito lleno de amuletos para preservar su salud que no surtieron efecto, (porque Felipe murió apenas unos meses después de ese instante) o el perrito que mira al pintor con una intensidad conmovedora.

La ultima vez que lo vi en persona fue en Madrid, en una exposición del Prado hace como unos seis o siete años. Había ido de fin de semana con Pilar, recuerdo que estaba muy triste. La adopción de M. se dilataba, porque en Ucrania había una importante revuelta política que nadie sabía cómo iba a terminar. El centro de adopciones paralizó todos los expedientes y nosotros nos sumimos en la incertidumbre. Me acuerdo incluso la ropa que llevaba aquel día y como me planté delante de la pintura y de buenas a primeras me puse a llorar.

Desde entonces Felipe Prospero tuvo la cara de mi hijo desconocido.
Con una postal del cuadro en la puerta de la nevera recorrí meses angustiosos, su carita me acompañó casi hasta la escalerilla del avión, me dio fuerza en las entrevistas psicológicas donde tuvimos que demostrar una meridiana salud mental, al hacernos análisis de sangre (que me rio de los exámenes de los deportistas de elite) o al enseñar nuestra casa en perfecto estado de revista (os burlareis pero llegué a plantearme llevar a mi gata a la peluquería, para que cuando vinieran las psicólogas todo fuera casi perfecto).

Eran sus ojos los que visualizaba al explicar que no necesitaba un hijo de mis entrañas, que iba a ser capaz de querer a un crio con secuelas, con problemas, con retrasos, con rasgos completamente ajenos a los mios. Solo me desprendí de aquella mirada el 7 de Febrero del años 2005 a las puertas del orfanato.
Desde ese día M. tomó forma y como cualquier bebé a la salida de cualquier paritorio, entró en mi vida.

Nunca hasta ahora había sido capaz de hablar de su adopción, hoy rompo el hielo por cualquiera que se lo plantee, que desee intentarlo, que tenga ganas de luchar, de amar y de ser feliz bastante a menudo.

Estoy un poco hasta las narices de esos famosos que a edades más dignas de chequeos y viajes del imserso, deciden de buenas a primeras que necesitan perentoriamente ser padres biologicos. Y con dos cojones u ovarios y muchos miles de euros, buscan una fábrica de bebes norteamericana y se compran los suyos, da igual saltarse las leyes de tu país o incluso tus principios vitales, lo que interesa es legar sus genes a la posteridad y buscan donantes de óvulos concertistas de violín, que den prestancia, pero olvidan tal vez, que no habrá una mami cuando esos críos vuelvan enfurruñados del cole, no porque no esté, sino porque nunca ha existido.

Esto me está quedando muy antiguo y yo no soy nadie para cuestionar nada, solo para animarles en la distancia cuando tengan que enfrentarse con más de 70 tacos a dos adolescentes en ebullición, creo que desde el geriátrico me reiré por lo bajini.

Solo alentar a quien no quiera fabricar niños, a quien se atreva a buscarlos en lugares recónditos, o se arme de paciencia para recorrer un camino tortuoso lleno de prohibiciones y abogados, a quien los acoja en vacaciones y les ayude a descubrir el mar, quien se convierta en mecenas de críos que sin su apoyo se perderían, sin llegar a descubrir que están llenos de talentos maravillosos. Hay tantas buenas maneras de ser padre y de gastar millones…
Críos reales que ya están en este mundo, en orfanatos, en calles, en hospitales, esperando.

M. no tiene mis ojos. Los tiene mucho más bonitos, de un color azul grisáceo como el cielo de las tardes de verano, pero os aseguro que en el fondo son clavaditos a los mios, y si no, juzgad vosotros mismos.