jueves, 3 de marzo de 2011

MESTIZOS

Los cumpleaños infantiles en un parque de bolas son de lo más previsible, carreras desenfrenadas, gritos, coros de ohhh!! cuando se abren los regalos, algún que otro lloro, charlas con las madres del colegio y sobre todo un canto del “cumpleaños feliz” quizá un poco desafinado pero imbatible en lo que a entusiasmo se refiere.
Esta tarde dos amiguitos cumplían años y media clase los ha acompañado, en el local había otra fiesta con niños uniformados con corbata de un colegio bilingüe cercano. Es un centro con mucho niño rubio, coche grande y padre trajeado, lo conozco porque mi madre vive justo arriba y son muchos años de ojear el percal.
Todos los niños jugaban revueltos hasta que Junior, un crío de clase ha discutido con los bilingües. Junior es ecuatoriano, dulce, tiene siete años y le encanta imitar a Michael Jackson, de hecho borda el “moonwalker” y se toca la entrepierna al bailar, con más gracia que el original (Dios lo tenga en su gloria). Su carita tiene unos hermosos rasgos indios y un pelo negro brillante y suave.
Los del colegio fino, le han empujado y se han puesto a gritar “eres un chino de mierda, eres un chino de mierda…” A Junior en su inocencia le ha costado entender que querían decir con aquello y murmuraba desconcertado“pero si no soy chino, si yo soy de Ecuador”…
De repente los cumpleañeros, mi hijo y un par de niñas más, se han plantado detrás de Junior rodeándole y con toda claridad han espetado a los bilingües: “No es chino se llama Junior y es nuestro amigo”. Ese escudo formado por siete niños en mitad de todo aquel follón, ha sido de las cosas más enternecedoras y hermosas que he visto en los últimos tiempos.

ROSEBUD

¿Recordáis el inicio de Ciudadano Kane cuando William R. Hearst en su lecho de muerte pronuncia una palabra de la que nadie conoce el significado? Y todos los protagonistas se ponen a investigar como locos qué demonios quiso decir con la palabrita de marras como si de un jeroglífico se tratara.
Nuestro subconsciente es una especie de todo a 100, plagado de las sensaciones más variopintas, los grandes momentos mezclados con las perdidas, los traumas con lo más cotidiano e insignificante, el color de un vestido o el olor de una casa, todo forma una especie de coctel agitado que de vez en cuando enseña la patita.
Yo sueño poco, últimamente casi nada la verdad, pero la otra noche me encontré dentro de un sueño, que recorría con una fidelidad pasmosa uno de los mayores placeres de mi infancia. Ir de compras con mi padre a principios de los 70.
Sé que no suena demasiado convencional para la época y no lo era la verdad, quizá en eso residía la mayor parte de su encanto, pero esa es otra historia y os la contaré otro día.
Me chiflaba cuando me llevaba a una inmensa zapatería que había en el centro, con señoritas gentiles que me decían lo guapa y mayor que era, lo bien que me portaba y además me regalaban caramelos, en aquel paraíso terrenal había un carrusel de feria pequeño, en el que los niños podíamos montar una y otra vez mientras las madres elegían zapatos y zapatillas.

El que fuera mi padre el que escogiera mis zapatos me hacia profundamente especial, pero que además me dejara estrenarlos en aquel mismo instante aunque cayeran chuzos de punta, era un placer todavía más infinito. Las demás niñas me miraban con envidia. Recuerdo su rostro serio cuando pedía a la señorita que guardara los zapatos viejos en la caja y yo me calzaba mis preciosas sandalias y salía a la calle como si pisara la alfombra roja de los Oscars segura, contenta y casi levitando de placer. (Por cierto, perdonad la maldad ¿¿¿donde narices estaba el asesor de imagen de Penélope??? ).
Aquellas maravillosas mañanas terminaban comiendo en algún restaurante
donde pedía Coca-Cola (otro de mis placeres ocultos) y él me trataba como a una adulta diminuta, preguntándome que plato me apetecía y que quería como postre.
Me desperté con el sabor a helado de nata en los labios, una medio sonrisa relajada y un último recuerdo. Siempre después de una de aquellas expediciones yo apuntaba en una libreta-diario que tenia: “Jueves 13 de Abril de 1972. Papá me ha comprado unos zapatos azules”.
Para mi entonces los días no pasaban rápido, siempre eran martes o jueves, quizá porque copiaba la fecha de la pizarra en el colegio, no como ahora, que pierdo la noción de que día es, un día único, independiente, irrepetible…

El próximo 22 de Marzo será martes y yo pasaré mi revisión con sobresaliente, como una reina, tengo unos zapatos preparados para estrenar ese día.
Tranquilos no llevaré escote.