lunes, 17 de mayo de 2010

Una gata ilustrada

Hay una pequeña calle en el centro, que para mí siempre tiene un punto mágico, se llama San Fernando y va desde la Calle San Vicente hasta casi las mismas puertas del mercado Central, es corta, concreta y su encanto no reside en edificios espectaculares, ni en una luz envolvente...

La magia viene de una pequeña librería, una tienda atemporal, dulce, como las pastelerías de nuestra infancia, que consigue siempre ponerme de buen humor aunque arrastre un triste flemón y ande dopada de calmantes.

Ese pequeño tesoro tiene dos alturas, libros antiguos de temáticas variadísimas, propietarios afables, juguetes añejos y una gata vieja con cascabel incluido, que en el invierno dormita en un precioso cesto rodeada de ratones de trapo y en mañanas de primavera como la de hoy deja transcurrir las horas en una silla de madera en el exterior como una portera de toda la vida, echando la mañana, mientras recibe un rayito de sol de mayo rodeada de macetas floridas.

Os juro que es tan agradable como lo cuento y si tenéis un momento, dad un paseo por esa callecita corta y concreta y visitad esa librería de cuento, que huele a caramelos de violeta y parece anclada en el tiempo, llena de tesoros por descubrir, un reducto, donde nada malo puede pasar, una especie de cajón de sastre, o de baúl de la abuela lleno de secretos de otro tiempo, absoluta y rotundamente delicioso.

Incluso el flemón dolía menos... ¿veis donde reside la magia?

TODA UNA PRINCESA

En los 70 el sumun de la sofisticación en juguetes, consistía en contar con una Nancy y al menos cuatro de sus mudas más espectaculares, una cocinita con deposito de agua y muchos pliegos de recortables, que junto a los libros de Enid Blyton constituían mi autentica debilidad, recuerdo que podía pasar horas vistiendo y desvistiendo a mis muñecas de papel a las que bautizaba con nombres tan “castizos” como: Verónica, Virginia o Marylin...

Como la autentica consentida que fui, mi Nancy poseía un guardarropa digno de Victoria Beckham, con abrigo de leopardo y botas de cuero incluidas, pasando por un fastuoso traje de blancanieves y otro de primera comunión que solo compartía con mis más intimas amigas en contadas ocasiones, no fuera a ser que se echaran a perder.
En el 2008 las cosas son tremendamente distintas y me divierto muchísimo observando a las compañeras de Maksim. Casi todas atraviesan inexorablemente un periodo rosa, igual que Picasso, donde todo todito todo es de ese color, su ropa, sus zapatillas, sus ganchos y gomas de pelo, sus mochilas, si me apuras hasta sus bragas deben ir del rosa claro al fucsia sin mayor posibilidad de paleta cromática. Con la etapa rosa suele aparecer el estilo princesa, adoran las imágenes de blancanieves y cenicienta y se pirran por los trajes ampulosos de los dibujos de Disney, nada que ver con Leticia Ortiz ( ay perdón con z)... cuanto más ancho, barroco y ultra decorado sea el modelito más fantástico les parece. Lo del “Less is more” de Mies Van Der Rohe no va con ellas. Los complementos se extienden desde zapatos con lazos a varitas mágicas doradas pasando por fastuosas diademas con “piedras preciosas”.
Os juro que es sensacional verlas jugar y escuchar como se van a casar con príncipes, reyes o hasta emperadores y flipante comprobar con que soltura controlan los títulos nobiliarios recién cumplidos los cinco años.
Una de mis princesas favoritas se llama Marta, zalamera, testaruda y adorable a partes iguales, ilumina todo a su paso. Cuenta con una sonrisa picara, que romperá corazones dentro de unos años y es una diosa absoluta del glamour que tiene a su madre ojiplatica con peticiones que abarcan desde sandalias de tacón plateadas, a trajes de gran gala...
Dolores, una de mis máaaaaas queridas amigas, que podría ejercer de mano derecha de Arzak o Adriá con total confianza, no sale de su asombro con la hija megaestrella que el destino le ha puesto delante, más que nada porque a ella esto del momento princesa le queda un poco lejos y sus aficiones no van por esos derroteros.
La otra tarde buscaba para Marta un adecuado regalo de cumple y terminé encontrando un cuento delicioso, se llama la mejor familia del mundo y en el una niña de cuatro años, sueña en su orfanato con la familia que al día siguiente va a adoptarla, la Marta del cuento pide padres pasteleros, piratas o funambulistas, lógicamente para buscar tesoros y comer pasteles, pero al final encuentra una madre funcionaria, un padre agente de seguros, una abuela con dos gatos bailarines y una hermano paciente... y comprende que esos son, con diferencia, los mejores.
La Marta real, ucraniana de pura cepa, comparte la misma suerte y la mejor familia del mundo – que, sin duda es la suya -, la que le está dando la seguridad y confianza suficiente para terminar convertida en una autentica princesa.
A Dolores, la reina madre, una de mis madres favoritas, dulce, firme y paciente.

Y a todas las princesas de 5, 10, 20, 30, 40, 50... a los príncipes que hemos conocido y a los que todavía están por llegar

El reino de Antonia

Si pasáis por el centro cerca de FNAC dedicarle cinco minutos a la exposición que tienen en la sala pequeña junto a la cafetería, la protagonista es Antonia, una mujer de mediana edad, bajita y pizpireta, con unos ojos preciosos llenos de vida. Antonia trabaja como portera en el edificio donde trabajo, siempre en marcha, limpiando, repartiendo correo, charlando, incluso dándole un vistazo a las revistas del corazón que a que engañarnos son su auténtica debilidad. Es una mujer curiosa, despierta que gracias a los periódicos gratuitos que reparten por el centro, igual te habla de la ley de dependencia como de lo bueno que esta el último ex novio de la Obregón (en esto último, la verdad es que coincidimos plenamente).
Hace un par de meses FNAC que tiene sus oficinas en este edificio decidió realizar una exposición por su décimo aniversario, mandó una carta cariñosa a todos los vecinos diciendo que les gustaría realizar un reportaje fotográfico de la finca, de las viviendas, sus habitantes... Nadie respondió, nadie quiso posar para el reputado fotógrafo, ni abrir su casa, ni mostrar su intimidad, sus recuerdos... No me preguntéis porque lo rechazaron, serán rarezas de casa burguesa.
Solo Antonia dijo si y los organizadores ni cortos ni perezosos siguieron adelante y el fotógrafo la retrató saltando en la azotea con la torre de San Agustín tras ella como un decorado real, encontró belleza en sus útiles de limpieza, en sus charlas con las ancianas solitarias del noveno, en las estampitas de cientos de vírgenes que colecciona en el cuarto de calderas...
Y describió el edificio como un reino y a ella como su guardiana siempre pendiente de que todo funcione con la puntualidad de un reloj suizo.
A la inauguración tampoco acudió ningún vecino, le entregaron un bonito ramo de flores y le dieron un vino de honor, ella previsiblemente  no paró de llorar durante todo el acto. Al día siguiente le dije lo preciosas que eran las fotografiás, lo guapa que estaba, esa sonrisa tan enorme, lo importante que era recibir algo así, un autentico regalo de la vida...

- “Antonia que esto es algo muy grande, esto no lo tiene casi nadie en el mundo, esto ni la Obregón...”

- “Ya lo sé hija me dijo con los ojillos brillantes y echando una mirada al ramo de flores todavía fresco y además ahora me van a llevar a París”.

Bien por Antonia y por las sorpresas de la vida, que están ahí acechando y de vez en cuando asoman.

sábado, 8 de mayo de 2010

DECORADOS

Mis periplos sanitarios me llevaron antes de ayer a un centro de salud que apenas conocía, la mañana era soleada y el autobús me dejó con tiempo, así que aproveché para dar una vuelta por la zona. Muy cerca descubrí un colegio y he de confesaros que me chifla ese momento agobiante de niños corriendo arriba y abajo, carteras llenas de spidermans y hello kitis, besos rápidos y “pórtate bien y pasa un buen día”. Así que decidí apoyarme en un coche, esperar y observar.

Al segundo golpe de vista algo en la imagen no me cuadró, justo en la puerta del cole se formó un tumulto peligroso donde madres y niños se introducían sin dudar, formando una melé digna de una final de rugby. Por lo menos más de 150 personas se apelotonaban en torno a un par de chicos de apenas 20 años. Los chavales repartían una botella de colacao y un bollo a cada niño y estos tardaban segundos en devorarlos. Nadie resultó gravemente herido aunque más de una madre peleaba por conseguir algún bollo de más.

Cuando los niños entraron en la escuela, me acerqué a los chicos que recogían los restos de comida desperdigados por el suelo. Me contaron que hacían ese reparto cada mañana, eran de una ONG y como voluntarios, llevaban más de dos años dando desayunos a los crios de ese barrio.

Los profesores del centro les pidieron ayuda porque los niños se dormían en clase, habian descubierto que muchos no desayunaban en casa y algunos incluso no cenaban. Gracias a ellos había garantía de que al menos llevaban algo en el estómago.

Me despedí con la mirada baja, me parecía estar en un sitio lejano, pero al levantar los ojos descubrí de bruces el Palacio de la Ópera de Calatrava que se alzaba majestuoso al final de la calle.

Aquí al lado, sin ir más lejos.