miércoles, 31 de marzo de 2010

ATRACO A LAS SEIS

El cuentecito que sigue ya tiene algunos años, pero esta noche necesito una pequeña sonrisa y os lo presento, a mí me ha servido.

Atacada, de los nervios naturalmente, las mujeres de Almodóvar a mi lado eran profesoras tituladas de yoga y tai chi. Y aunque Román se empeña en llevarme a balnearios y masajistas reconfortantes pues como que no me relajo. Empecé a cagarme hace unas tres semanas y desde entonces vivo unida a una jarra de tila y valerianas sin fin. Son guays para el relax pero me paso el día meando y la verdad resulta un poco incomodo. ¿Qué porque estoy atacada? Porque el jueves me quitan los malditos quistes y me sientan tan mal los quirófanos... pero bueno en medio de todo este desbarajuste, a menudo ya sabéis, me suceden incidentes que os relato sin pudor. A lo que iba que me disperso:

Cajero automático, la otra tarde yo con el mono (de tila, no penseis mal) objetivo sacar 250 euros, tecleo la cantidad, la maquina escupe el papelito y la pasta. Y yo pillo ambas cosas y a cotejar, papelito bien, pasta ¡¡¡¡¡¡¡¡¡mal!!!!!!!! Mal no fatal, me han soplado 50 euros!!!!!!!!, ese chisme asqueroso se ha zampado parte de mi dinero. Primera sensación: Impotencia ¿qué coño hago?. Llamar al tío de seguridad no parece lo más adecuado y empezar a cagarme en el sistema capitalista mirando a la cámara no va a solucionar el problema aunque pueda rebajar notablemente mi presión arterial.

¿Qué hacer? Cabreada es poco estoy tan enfadada que si me ponen a tiro a Bush o Aznar les meto las míticas armas de destrucción masiva por el ojete. Me acerco a la puerta de seguridad del banco y descubro una luz encendida. Estoy salvada hay un ser humano que tiene la desdicha de trabajar allí. Podía haber sido discreta y tocar ligeramente la puerta hasta llamar su atención, eso lo hubiera hecho en otra época pero ahora soy un cruce entre la niña del exorcista y Hugo Chavez así que no estoy para finezas. ¡ Pon pon pon! golpeo toda la fuerza de mis puños sobre el cristal antibalas. La pobre señorita levanta la cabeza con espanto pensando que se trata de un atraco vespertino y se encuentra conmigo que parezco muy fina pero soy un terminator en potencia. Se levanta y se dirige hacia mí.

Yo.- Oiga el cajero me ha dado mal el dinero!

Ella.- Yo no puedo hacer nada señora (encima recochineo)

Yo.- Como que no puede hacer nada!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Ella.- El cajero tiene un efecto retardado y no se puede tocar hasta mañana, venga Vd. a primera hora y veremos si hay un excedente de efectivo.

Yo.- (Poseída completamente) ¿¿¿QUÉ??? Que venga mañana, no señorita no, esto hay que solucionarlo ahora mismo o se cree que yo tengo todo el tiempo del mundo, si su cajero tiene un excedente de efectivo a mi plin la que tiene un déficit de efectivo soy yo y no me muevo de aquí hasta que se solucione.

En ese momento un pobre hombre tiene a bien querer sacar dinero del cajero y golpea la puerta para entrar, entonces inundada de furia me vuelvo hacia la puerta y con un movimiento digno de Matrix corro el cerrojo del cajero y le doy con la puerta en las narices. ¡¡¡¡ Espérese no ve que está ocupado!!!

La empleada del banco a estas alturas está verde y ladea la mano ligeramente (yo creo que buscando ansiosa el botón de auxilio). Pero el diálogo continua:

Yo.- Enseñando con chulería el papelito y el dinero ¡¡Ve 250 euros y solo me ha dado 200!! Abrí el dinero ante sus narices como si fuera una baraja de cartas, ME FALTAN 50 EUROS.

Ella.- No, el dinero está correcto cuéntelo de nuevo.

Yo.- ¿¿¿QUÉ??? No puede ser. Y bajé a cabeza, vuelvo a contar el dinero y Oh! Dios mío, es verdad hay 250 euros. ¡¡Que he hecho!! Tierra trágame, pobre señorita menudo pollo he montado. No se como disculparme, así que después de un triste lo siento mucho pongo pies en polvorosa. No sin antes decirle al tipo de la puerta:

- Tenga cuidado con el cambio que no está dando el importe correcto.

Eché a correr y no paré hasta el sofá de casa, dos vasos de tila y a otra cosa mariposa.

Gajes prequirurgicos, espero recuperar mi estado normal dentro de unos días o hacerme un hueco en DEC.

DRAGÓN KHAN

De los hospitales solo me tranquiliza la zona de ginecología dedicada a los nacimientos, en el último ingreso mis paseitos post cirugía siempre se dirigían hacia esa parte de la planta.
Me atrae ese olor dulzón y calentito que emanan los bebés, sus primeros lloros suaves como maullidos de gatito y sobre todo ese cristal que te permite mirarlos mientras duermen en sus cunas. Los ramos de flores mustias en las puertas de los cuartos, niños correteando por los pasillos, abrazos y sonrisas, Es como si la vida se estrenase a cada rato.

Para una voyeur como yo, que encuentro historias en cualquier lado ese reducto de buen rollo era mi isla, hasta que tuvieron a bien cambiarme al IVO. Aparte de perder la compañía de Beti y de tener que familiarizarme con los nuevos edificios, me he quedado sin refugio. Enfrentándome a la devastación y os aseguro que acostumbrarse lleva un rato. Mis recursos positivos hacen su papel, la princesa, el humor y ahí me tenéis haciendo pandilla con los enfermeros que me hacen el TAC, o bebiendo con soltura bario o yodo o lo que demonios sea para que el contraste imponga su luz en mi interior. Y mientras me introducen en un donuts gigante yo que llevo en ayunas más de 10 horas, solo puedo concentrarme en el hambre que tengo y en que me comería con voracidad un bocata de calamares o dos si me apuras.

Y las pruebas terminan, como un examen para el que no has podido estudiar y ahora debes dominar la incertidumbre. Retomas tu vida de montaña rusa y mientras te vistes frente al espejo, descubres en un golpe de vista que te tienes que hacer la cera del bigote en cuanto llegues a casa. Y te descubres una ligera sonrisa en los labios, la normalidad vuelve, cierras el paréntesis, dejas atrás ese hospital circular donde no nacen niños y te lanzas a la calle a por el delicioso bocadillo de calamares. Y te lo comes y el sol brilla fuerte como en una primavera adelantada. Y tú sientes que la vida siempre gana, que se impone y te vas a trabajar aun con el gusto a mayonesa en la boca.

Para Mamá, Marivi, Marisa, Beatriz D. y Bea la de Xina

domingo, 28 de marzo de 2010

LA RED

Cuando tenía 7 años mi padre me llevó al circo por primera vez.
La estrella clave del espectáculo era una  trapecista muy famosa cuya actuación él estaba deseando ver. Nunca antes había estado dentro de una carpa, ni había visto leones o  payasos y mucho menos un trapecio.
Pinito del Oro salió a la pista vestida de estrella, con una capa de lentejuelas doradas que le llegaba hasta los pies, a simple vista parecía una bailarina. Caminaba despacio sobre la arena, al llegar al centro de la pista dejó caer su capa y comenzó a trepar por una escala, de fondo recuerdo un intenso redoble de tambor que la acompañaba en su ascenso.
Mi padre me explicó que era la única mujer en el mundo que hacia el triple salto mortal. Nadie corría tanto riesgo, solo ella. Mi respiración se aceleraba porque cada vez subía más y más alto y me asustaba que pudiera caerse desde allí.
Cuando llegó a una plataforma chiquitina, sobre la arena aparecieron tres hombres que con rapidez extendieron una red como las de las canchas de tenis pero muy grande.Papá me dijo que era por  sí Pinito fallaba, si caía, la red evitaría que se rompiera todos los huesos del cuerpo.
Pero no falló, se columpió, saltó incluso con los ojos cerrados, puso en equilibrio una silla sobre el trapecio... Lo recuerdo como un sueño, parecía un pájaro.
Al final se dejó caer sobre la red, corrió por ella y dando una voltereta aterrizó en la arena, segura y sonriente. Todo eran aplausos, focos y música, los mismos tres hombres de antes salieron a retirar la red.  Yo no conseguía apartar mis ojos de aquella tela. Cuando ya todo él mundo pensaba que había terminado la actuación, ella volvió a trepar al trapecio y a coger el columpio y esta vez sin salvación posible comenzó a deslizarse por los aires limpiamente. Yo no apartaba los ojos de la pista, rezando “que no se caiga por favor, que no se caiga” y veía que lejana quedaba en un extremo la malla arrugada. El silencio era absoluto se oían las respiraciones, los niños que no querían mirar y sé tapaban los ojos, las bocas abiertas...

Yo no soy trapecista pero mi red es Pilar, es su número el que marco cuando  me caigo, para que ella con una paciencia casi oriental consiga recomponerme cachito a cachito. Es ella la que siempre logra despertar el humor que almaceno, a quien cubriría de regalos si alguna vez tengo la suerte de que me sobre el dinero, a quien busco sin descanso cuando tengo una gran noticia que dar.
Ella me levanta, me sustenta, me regaña y siempre irremediablemente termina reconciliándome con la vida.

Solo pido que no me falte nunca, Yo no soy Pinito del Oro y no quiero trabajar sin red.

viernes, 19 de marzo de 2010

BARRIOS EXQUISITOS

El otro día Maria, una buena amiga que ha tenido que mudarse de casa por unas incómodas obras, me hablaba de lo diferente que resulta vivir en un barrio muy acomodado. De cómo le choca que el portero de su finca sea lector asiduo de periódicos como Expansión o La Razón y de lo gris y cuadriculado que le parece todo, incluidos sus vecinos.

Gracias al afán expedicionario de mi madre me he paseado por el mundo desde los once años, es con diferencia lo mejor que ha hecho por mí. No solo ayudó en mi educación, además acabó convirtiéndome en alguien curioso y respetuoso con todo lo diferente. Así que conozco barrios como el Upper East Side, Georgetown o Belgravia y he de reconoceros que me encanta caminar por ellos, porque en todo el mundo los barrios ricos siempre se parecen entre si, abundan las flores delicadas, los pequeños setos, árboles con verjas circundándolos, coches caros, parques con césped recién podado y cómodos bancos de madera donde ojear un libro. Las fachadas de los edificios no tienen desconchones, todos cuentan con porteros uniformados dispuestos a abrir puertas y recoger paquetes de tiendas exclusivas. Los perros siempre son de razas selectas y acabas sintiéndote como en un decorado de cine, contenido, sofisticado y elegante, donde nada está fuera de lugar, como si te hubieras colado dentro del Vogue por un rato. Reconfortan por su serenidad y son previsibles, no defraudan, siempre te dan lo que esperas de ellos.

Ruzafa, mi barrio, tiene poco en común, es una interminable torre de Babel, completamente caótica y mestiza. Está sembrado de cafés y restaurantes que se renuevan como champiñones, de tiendas orientales donde puedes comprar un precioso vestido chino o pijamas de lino egipcio, hay cafeterías-librerías donde pasar la tarde con los niños ojeando libros de segunda mano, un mercado de colores que dentro de poco tendrá un jardín en el tejado y pese a que cuenta con más de 20.000 habitantes, carece de infraestructuras completamente básicas, pero a menudo termina supliéndolas con imaginación.

No hay serenidad ni elegancia, la vida bulle y se desborda a diario, a veces tanta diferencia acarrea conflictos y puede saturar. Y te morirías por mudarte a un sitio más tranquilo, te cansas de que todo sea abigarrado y confuso. En Marzo cuando asoma la primavera se inunda de luces y fallas, miles de personas lo invaden, huele a pólvora y buñuelos y aunque resulta agotador, pasa pronto y los petardos se acaban y vuelve la normalidad. Las tardes de parque, cuando el suelo se siembra de diminutas flores amarillas y el calor aprieta y los rincones se llenan de gritos, risas y cumpleaños infantiles.

Ruzafa mi barrio, está vivo, es cambiante, intenso, enriquecedor y caótico.

Quizá la alcaldesa debería darse una vuelta por aquí…

lunes, 15 de marzo de 2010

ABUELITAS RECATADAS CON ALZHEIMER

Aterrada. Cagada completamente, así me siento, menos mal que estoy en una cama porque dudo que pudiera tenerme en pie, mientras recorro el hospital hacia el quirófano cierro los ojos e intento absorber cualquier tipo de energía positiva de la que soy capaz, acompaso mi respiración e intento dominar el pánico. El señor que conduce mi camilla acaba depositándome en una especie de sala alargada rodeada de puertas, hay otras camas con más personas que imagino van a pasar por el mismo trance que yo. De pronto depositan junto a la mía una cama con una abuelita diminuta de pelo blanco.


Tiene pinta de haberse roto una cadera, a cada momento suelta pequeños quejidos, mientras yo miro el techo intentando mantener la compostura. De pronto se rompe el silencio entre nosotras:


Abuelita - Pss, Pss

Yo - (Me hago la loca, que bastante tengo con lo que tengo)

Abuelita - PSS, PSS

Yo - ¿Que le pasa Señora?

Abuelita - Hija, me vas a hacer un favor, vas a salir ahí fuera y le dices a mi madre que te dé mis bragas

Yo - (Completamente atónita), ¿Qué????

Abuelita - Que salgas y le pidas a mi madre mis bragas.

Yo - (Cargada de paciencia y resignación) Señora, la van a operar, no necesita Vd. Bragas!!!.

Por no hablar de que la abuelita debe rondar los ochenta y muchos con lo que tengo una duda bastante razonable de poder localizar a su madre en carne mortal.

Abuelita -¿Como que no? Yo necesito llevar mis bragas siempre, aunque me operen.

Yo - Le aseguro que no las necesita, el cirujano no podría operarla si lleva bragas, aunque se las traiga seguro que se las quitarían después. Yo tampoco llevo.

Abuelita - (Silencio despreciativo, mirada de soslayo y suspiro) Hay que ver como está la juventud, Señor.



Después gracias a Dios llegó mi anestesista y tuvo a bien dormirme profundamente.

jueves, 11 de marzo de 2010

LAS TRES MENOS VEINTE

“La mamá de Laura, tiene ojos claros, verdes creo y el pelo rubio, muy largo y liso como esos de los anuncios de la tele, es alta y guapa, a mí me gusta mirarla en la puerta del cole, porque es una mami de esas que sonríen mucho y dan besos y se preocupan de que te comas el bocadillo y te limpian la nariz cuando te la tapan los mocos, una mami que siempre esta en la puerta cuando llegan las cinco.
¡Laura tiene tanta suerte!, porque además de su mamá, tiene un hermano mayor y un papá y hasta un gato que se llama Samuel.”
“Seguro que la casa de Laura es bonita y grande y sobre todo calentita y ella pinta y escribe mientras su mamá prepara la cena y luego le corrige los deberes y a la hora de dormir su papá le cuenta un cuento de princesas de color rosa, que son los favoritos de Laura – que yo lo sé, lo he oído en el patio- y ella se duerme rodeada de muñecas”
“Y por la mañana, su mami la despierta con un beso y le peina las trenzas rubias y le hace un zumo de naranja con el exprimidor – porque tiene muchas vitaminas, dice - y seguro que desayunan en su casa como en las películas, todos juntos.”
“Y por eso en el cole Laura siempre es la más lista y la más buena y todos los chicos de siete años quieren ser sus novios...
“Pero a mí me da rabia todo eso, la mamá guapa y la casa calentita y hasta su gato y por eso pego y chillo y no obedezco a la profe, yo quiero que mi mamá sea guapa y me dé besos y esté conmigo – que nunca está - y quiero comer cosas ricas y que no haga frío en casa y que mis hermanos no me peguen y me recojan cuando se abra la puerta del cole y no se olviden de mí.”
“A mí lo que me gustaría es que mamá sonriera mucho y me diera abrazos y aunque los dibujos ya sé que no me salen bien, me diga que son chulos y los ponga en la puerta de la nevera –que lo he visto en la tele- y se vistiera con un vestido bonito, como las princesas de la carpeta de Julia.
“Pero por mucho que quiero eso, nunca pasa, nunca está, siempre tiene que trabajar, mi mamá limpia en una casa calentita, como la de Laura, por eso no viene a recogerme y cuando llega siempre está cansada y no me revisa los deberes, ni prepara la cena.”
“Tampoco viene a hablar con la profe y estoy harto de que me den notitas, ya no se las doy, las rompo y las tiro en la calle, hay días en que sueño que vivo en casa de Laura y que soy tan listo como ella, en clase nadie se ríe de mí cuando me hago un lío con las letras y me imagino que tengo un estuche de spiderman como el de Luis y que juego con Nando y Martín al pilla pilla, juntos los tres, como amigos”
Lo peor de todo, es cuando no vienen a por mí, tengo que esperar en un banco de madera junto al bedel, yo solo. No me dejan jugar en el patio con los del comedor y me canso de mirar el reloj y me enfado, al principio lloraba pero ahora ya no. Si pasa alguno de mi clase se reiría de mí y se lo chivaría a los otros y me dirán tonto y malote. Y tengo hambre, porque estoy aquí desde la 1 y son las dos y media, me canso de mirar la puerta y nada.
Aprieto los puños y los dientes... y si pudiera le pegaría al bedel y me escaparía corriendo y ya lejos, muy lejos, debajo del puente donde nadie me viera lloraría mucho rato.

Las 3 menos veinte, tengo tanto sueño, me voy a dormir...

sábado, 6 de marzo de 2010

HOME SWEET HOME

Hay días en que la energía cósmica que rige el equilibrio del universo parece dejarte fuera. No me preguntéis porqué pero existen días así, en los que de buena mañana, peinando a tu hijo, se te queda mirando muy fijamente y te pregunta: Mami “¿Por qué tienes el pelo de dos colores?” Y tú constatas no solo que su apreciación es de lo más acertada, porque tu cabellera tiene todo el aspecto de un helado de vainilla y chocolate, sino que además tu bigote está empezando a recordar peligrosamente al de Salvador Dalí. Son mañanas en que te ves obligada a adoptar la bandera Suiza y poner cara de neutralidad manifiesta en una discusión de trabajo. Ratos de esperas en la antesala del médico, donde pese a tus nervios, debes acabar poniendo paz y orden entre dos abuelitas beligerantes que quieren entrar a consulta sin esperar turno. Días en que decides comenzar de una buena vez esa dieta ya del todo inaplazable o en los que incluso algo aparentemente tan nimio como comprar un maquillaje, se pone cuesta arriba cuando la señorita en cuestión inocentemente pregunta: “¿Cómo tiene Vd. la piel?” Tú te la quedas mirando completamente atónita incapaz de contestar y te sientes un poquito mema, porque puedes decirle de carrerilla cual es la capital de Zambia o Tanzania, pero en 45 años de existencia no tienes ni repajolera idea de cómo demonios es la piel de tu cara.

Hay casas por recoger, madres ancianas por consolar, incertidumbres sobre los hombros y listas de la compra colgadas en la puerta de la nevera.

Yo tengo un truco maravilloso para esos días, por la tarde al salir del cole, invito a los amigos de Maksim a casa, a todos los que puedo, cuantos más mejor. Las madres preparamos café mientras ellos juegan. Poco a poco la casa va entrando en calor, se va llenando de risas, carreras y ruidos. Algo parecido ocurría en mis primeros años de matrimonio después de una noche de cena con los amigos. La mesa por quitar, las copas con el borde manchado de carmín, velas apagadas y ese poso de que algo bueno acaba de suceder entre esas cuatro paredes. He sido muy feliz recogiendo esas mesas y fregando esos platos. Recordando conversaciones y risas. Sacudiendo ese buen rollito que lo invadía todo.

Los amigos de Maksim con la fuerza de sus seis años consiguen traer a casa esa sensación de calor y plenitud.

Cuando se van, todo tiene una energía diferente la casa es más calida. Nunca ha sido más bonita que estando sembrada de telas y juguetes fuera de sitio, como recién salida de un huracán, está contenta y plena, las risas y los ruidos se han pegado a las paredes o al piano aporreado sin piedad. Por un momento ha habido piratas y princesas en el salón, experimentos en el cuarto de baño o brujas haciendo conjuros en la galería. Esa fantástica estela barre de un plumazo cualquier sensación y me renueva por completo, como un calcetín al que das la vuelta. Mejor que el spa más selecto. Hago la cena contenta, canturreando canciones de la radio y si se acerca el fin de semana, hasta me bebo una copita de vino al prepararla. La vida vence. Son ratitos de magia, atisbos de felicidad completa.